Merece la pena
En la adversidad despertamos cualidades que en la incomodidad hubieran permanecido dormidas.
La frase aparece en la página inicial de la web de la Fundación Merece la pena. Por si no la conoces, se trata de una fundación sin ánimo de lucro que surge con el deseo de desarrollar y promover la resiliencia. En estos tiempos inciertos, me parece que es muy importante tenerla en cuenta. ¿Pero qué es la resiliencia? En esencia, es la capacidad de enfrentarse con éxito a acontecimientos adversos. Por eso, la propia web de esta fundación dice en el apartado de Objetivos que “consideramos importante reflexionar sobre la necesidad de adoptar una actitud positiva ante las adversidades de la vida”.
Me parece una reflexión importante y necesaria. La presidenta de dicha fundación lo sabía bien; se trataba de Ana Artázcoz Colomo, y falleció el pasado 8 de diciembre. Sin lugar a dudas, Ana era una persona muy especial. Era una mujer luchadora que siempre quiso darle la vuelta a la adversidad e impulsar una actitud positiva. Orientadora escolar de profesión, creó hace una década la Fundación Merece la pena, en homenaje a Jorge, su hermano fallecido. Tanto Jorge como ella misma sufrían una enfermedad rara y degenerativa. Pero esto no le impidió a Ana llevar a cabo innumerables proyectos y sacar adelante la fundación, con la que colaboraba activamente con centros escolares para enseñar a los chavales a afrontar las dificultades de la vida.
En cuanto a su extenso currículum, hay que recordar que Ana era licenciada en Psicopedagogía, especialista en Logoterapia (terapia creada por Víctor Frankl y que propone que la voluntad de sentido es la motivación primaria del ser humano) y postgrado en Humanización de la salud. Además de su gran labor terapéutica y divulgadora, también fue coautora de la colección de cuentos infantiles Merece la pena. Por todo ello recibió numerosos reconocimientos, por parte tanto de organismos públicos como privados.
Ésta era Ana, una mujer resiliente. Una persona que se enfrentaba con éxito a las adversidades que se le ponían delante. Recuerdo bien cuando nos conocimos, hace quince años. Por aquella época, Ana colaboraba con el Teléfono de la esperanza, ONG que se dedica a la promoción de la salud mental y emocional. En cuanto a mí, acababa de licenciarme en Psicología y no sabía muy bien hacia dónde tirar. Haciendo una formación en terapia Gestalt, me recomendaron probar con el Teléfono de la Esperanza. Así que fui a una de las charlas que daban en su sede en Pamplona y me convenció lo que me contaron sobre la formación que ofrecían. Ésta duraba todo un curso académico, y estaba a abierta a cualquier persona que quisiera participar, sin importar su formación previa. La consigna fundamental era “si quieres ayudar a otras personas, primero tienes que ayudarte a ti mismo”. Y esto se llevaba a cabo a través de un proceso vivencial de autoconocimiento que duraba nueve meses. Me pareció oportuno y quise intentarlo. A pesar de algunas dudas y miedos, sentí que podía ser algo nutritivo. Así que confié y me apunté a la formación del Teléfono de la esperanza. Recuerdo que ésta comenzaba con un retiro de cuatro días en un antiguo convento en Oharriz, al norte de Navarra. Allí nos habíamos juntado casi cien personas, de todo tipo y condición. La verdad es que me sentía bastante intranquilo ante el hecho de tener que estar en aquel lugar, con tantas personas desconocidas... ¡Estaba claro que iba a ser una prueba para salir de mi zona de confort! El caso es que como éramos demasiada gente para presentarnos uno a uno, de inicio sólo se presentó el equipo de monitores-terapeutas. De aquel grupo de personas, me llamó la atención una mujer en silla de ruedas. Se llamaba Ana, y nos iba a hablar sobre la resiliencia.
Conforme fueron pasando los días en aquel lugar, yo le fui cogiendo el tranquillo a la experiencia. Y por fin, llegó el momento del seminario sobre resiliencia. Allí, en el mismo salón donde habíamos comenzado el retiro, Ana nos dio una interesantísima conferencia sobre cómo sobreponerse a las adversidades. Su sola presencia bastaba para demostrarnos que, sin importar las circunstancias que estuviéramos atravesando, siempre es posible seguir adelante. Como decía, Ana iba en silla de ruedas pues su cuerpo ya llevaba un tiempo sufriendo las consecuencias de la enfermedad degenerativa que padecía. En ese sentido, nos habló de su experiencia personal, de su recorrido vital, de cómo se había formado en logoterapia y se dedicaba a ayudar a otras personas a sacar lo mejor de sí mismas. Aquello fue muy impactante para mí. Yo, que normalmente me quejaba por cualquier chorrada, y que me costaba sobreponerme a mis problemillas, tomé consciencia de que estaba escuchando un testimonio alucinante. Delante de mí, había una persona que, pese a las evidentes dificultades que tenía que afrontar, era capaz de mostrar una gran sabiduría, y además, lo hacía con un fino sentido del humor y una perspicacia arrolladora. Desde luego, aquella fue una clase magistral, ¡ofrecida por la mejor Maestra posible!
Aquello me marcó tanto que me animó a seguir su ejemplo. Continué con la formación, y tras terminarla, estuve un tiempo colaborando con el Teléfono de la Esperanza. Fue una bonita experiencia en la que aprendí mucho y conocí gente inspiradora. Y por ello me siento muy agradecido.
Siguiendo las enseñanzas de Ana, me fui un par de años a hacer cooperación a África. Fue una gran etapa en la que pude poner en práctica lo aprendido sobre la resiliencia. Después de regresar de mi experiencia en Camerún, quise explorar otros caminos, conservando eso sí, mi amistad con Ana. Siempre era un regalo vernos y charlar. Como también lo era acudir a cualquiera de los numerosos actos que junto con su fundación llevaba a cabo: presentaciones de libros, conferencias, conciertos solidarios... Ana era una mujer emprendedora y valiente, capaz de remover Roma con Santiago si la situación lo requería. Recuerdo especialmente el ambiente tan bonito que se generó en el último concierto solidario en la Ciudad de la Música. Creo que es algo que quedará grabado de forma indeleble en la memoria de las muchas personas que allí nos reunimos. En verdad, cada acto que organizaba Ana era un regalo fabuloso para la sociedad. Ponía el corazón en todo lo que hacía y siempre tenía una sonrisa en el rostro. Ana era un ser de luz, que te escuchaba con empatía y te apoyaba. Hace no mucho, cuando decidí cambiarle el rumbo a mi vida, ella estuvo ahí para acompañarme. Por todo ello, sirva esta carta para homenajear la figura de esta gran persona.
El logotipo de su fundación expresa de maravilla su forma de ser: una mariposa (símbolo de la transformación) que tiene el cuerpo con forma de muelle (evocando la resiliencia), que sonríe (optimismo y alegría), con unas alas en forma de corazón (amor) y de color verde (la esperanza). Así que termino dándote las gracias Ana, por promover la aceptación y el afrontamiento de las situaciones dolorosas adoptando una actitud positiva. Gracias por ayudarnos a desarrollar la capacidad de resiliencia. Gracias por fomentar el optimismo en situaciones de vulnerabilidad. Gracias por crear actividades que potencien la visión del lado positivo de la vida, y por ofrecer formación que ayude en la búsqueda esperanzadora de oportunidades de crecimiento. ¡Muchas gracias por todo! Tu extenso legado seguirá presente a través de las personas que te conocimos.
Como decía tu admirado Víctor Frankl: “No podemos cambiar las circunstancias externas, pero podemos cambiar nuestra actitud hacia ellas. La vida es una oportunidad para encontrar nuestro propósito y cumplirlo”. Por mi parte, te doy las gracias, Ana, por ayudarme a transformarme, enseñándome a desarrollar la resiliencia, el optimismo, la alegría, el amor y la esperanza. Gracias por ayudarme a encontrar mi propósito, y por ayudarme a cumplirlo. Te estaré eternamente agradecido por ello. Sin lugar a dudas, es algo que Merece la pena.