Nos ha dejado una mujer baska, aunque su recuerdo perdurará para siempre entre nosotros. En la familia que formó, en los nietos que le suceden, en los amigos que fomentó, en la causa baska en la que creyó. En la Iglesia a la que asistió con su profundo quehacer religioso. Sus antecedentes tienen que ver con la Ribera nabarra, y en la guerra civil de 1936 que nos tocó padecer como pueblo. A su aita, en Sakana, le anularon su título de veterinario: era la otra forma de los vencedores de dictaminar muerte, la económica, y otra forma de aislamiento, la condena por ser nacionalista basko. Pero la familia remontó sus penas, manteniendo su nacionalismo íntegro, y su cuarta hija, Amaia, con estudios de Magisterio y un pase por Europa, Londres y París, conoció al que fue su marido, Javier Zulaika, y con quien compartió los años de su juventud, madurez y vejez, padre de sus cuatro valiosas hijas. Solía contar Amaia que en París, en la Delegación del Gobierno Vasco en exilio, que visitaban, Manuel Irujo les dio su bendición a la unión de Javier y Amaia, sin saber que años después tres de sus sobrinos biznietos llevarían su apellido.

La vida de Amaia, mujer menuda y graciosa, con expresivos ojos azules, ha sido un ejercicio de adhesión a la causa de Euskadi, un esfuerzo de maternidad responsable, un aliento vital para quienes la conocimos. Encarnaba la solidez que hacen de la familia baska sea en nuestro territorio como más allá del Atlántico, donde tantos de los nuestros acudieron buscando refugio en la represión de cuarenta años que nos tocó padecer como pueblo. Somos como fuimos, repetían todos, pese a la persecución y la desdicha del entorno. Amaia, como mujer baska, educó a sus hijas en la conciencia de que ser baskas/os es ser honrada/o y trabajadora/r. Cueste lo que cueste.

La conocí en Iruña, en el Batzoki, en aquel primer piso del edificio de la plaza del Castillo, sede del EAJ/PNV que estrenamos en aquellos años peligrosos y trepidantes. Recuerdo que en las numerosas elecciones que se sucedían, tras la muerte del dictador Franco, mujeres valiosas, sin miedo y con audacia, decidieron ensobrar la propaganda y el papel de la votación. Se reunían en las mañanas, tardes y aún noches de aquellos días preñados de esperanza y, sin descanso, ensobraban y contaban sus vidas hasta entonces escoltadas por el miedo, recortadas por el silencio impuesto por la dictadura. Supe de familias enteras que reclamaban por la causa de Euskadi, aunque en Nabarra tuvimos que aguantar un poco más. Aún no se sabía el número de muertos causados por la guerra, pero sí que Mola supo cultivar en la sociedad aquel sembrar el terror, su máxima favorita, y que permanecía adherido en los corazones, por mas bravíos que fueran. Nadie sabía cuánto iba a durar el tiempo de libertad, escaso bien de la España imperialista, ni hasta dónde podíamos llegar con nuestras reivindicaciones. Clamábamos en aquel derrotero bíblico de cuarenta años, pero el vigor de aquellas mujeres acudiendo a la tarea sencilla pero vital de la cita humilde ensobradora. Fue una de las causas que dieron fortaleza a mi ánimo. Amaia estaba entre ellas. Era una mujer baska.

Solía decir en euskera "Ez dakit euskera baina euskera maite dut". Y como a todas a las que no habían quitado el euskera de los labios, por una razón o por otra, no dudó en los trajines de levantar una ikastola, un trabajo arduo y colectivo, que parece olvidamos lo difícil que lo tuvimos en aquel amanecer libertario. Hubo hombres y mujeres que lucharon por una causa que se suponía en derrota, aspiraban y lograron de forma pacífica un amanecer que nadie esperaba presenciar. Con ese arrojo particular y general de una comunidad que quería mantenerse fiel a sus raíces porque las consideraba buenas para el bienestar particular y común. En el caso de Amaia, mujer, esposa y madre, me sale recitar los versos del poeta Tirso de Molina que, aunque dicho siglos atrás y desde fuera, siguen siendo válidos para nosotros y desde dentro...que aunque diversas en el sexo y nombres/en guerra y paz igualan a los hombres. Amaia es la mujer del fuero basko. Respira igualdad, que es una forma de democracia y siendo mujer, la mitad de una población, conjunto de la misma a niveles excelentes para un pueblo. Que todos y cada uno de nosotros valemos y aportamos en esa difícil andadura del bien social. Cumplida su misión, Amaia se retira en el recuerdo vivo de quienes la amamos y respetamos. Agur Amaia maitoia.