Cumplidos los cuatro años, sus padres decidieron internarla, junto a sus hermanas María Juan, Ysabel y Jacinta, en el convento de las dominicas de San Sebastián el Antiguo, donde su tía, Úrsula de Unzá y Sarasti, prima hermana de su madre, era la priora y su padre uno de los patronos. 

En aquellos años era una práctica habitual que la niñas de familias adineradas, y la suya lo era, fueran educadas a tan temprana edad para que aprendieran las labores propias de su sexo y posteriormente se casaran como Dios manda o profesaran. La estancia de Catalina no duró mucho: la rebeldía y su endiablado carácter hizo que la trasladaran al monasterio de San Bartolomé del Camino, también en Donostia, donde las normas eran mucho más severas. 

Su estatua, en los jardines del Palacio de Miramar.

Su estatua, en los jardines del Palacio de Miramar.

Poco antes de ordenarse monja tuvo un altercado con otra religiosa. Así lo cuenta en su autobiografía: “Estando en el año de noviciado, ya cerca del fin, se me ocurrió una reyerta con una monja profesa llamada doña Catalina de Aliri, que viuda entró y profesó, la cual era robusta, y yo muchacha; me maltrató de manos, y yo lo sentí”. Por este motivo y otros muchos fue recluida en una celda. 

La noche del 18 de marzo de 1607 encontró las llaves del convento colgadas en un rincón y aprovechó para escaparse. Estuvo tres días escondida en un castañar. Aquí tomó la decisión de hacerse, con las tijeras, aguja e hilo que había robado, unos calzones, una ropilla y unas polainas, cortarse el pelo y huir. Catalina tenía quince años, una estatura considerable, poco pecho y comportamiento masculino. 

A Gasteiz, Bilbao y Estella

Recordando que tenía un pariente en Gasteiz, el doctor Francisco de Cerralta, que estaba casado con una prima hermana de su madre, partió rumbo a la capital alavesa. Durante varios días estuvo caminando y comiendo hierbas y frutos que encontraba por el camino, hasta que llegó a la ciudad. 

Aquí, empezó a trabajar con Cerralta, que nunca llegó a saber quién era realmente. Tres meses después, y a causa de una riña, Catalina huyó con un dinero que le había robado. 

Su próximo destino fue Valladolid. En la capital castellana se empleó como paje de un amigo de su padre, el secretario del rey, Juan de Idiáquez. No duró mucho tiempo. A los siete meses tuvo que huir a Bilbao porque un día apareció su padre en casa del secretario buscándola. Aunque habló con ella no la reconoció vestida de hombre. 

En Bilbao no tuvo la misma suerte que en los anteriores lugares, ya que no encontró ni hospedaje ni mecenas. Además, tuvo un altercado con unos jóvenes que intentaron asaltarla, por lo que los apedreó, hiriendo a uno de ellos. Como consecuencia, fue arrestada y estuvo un mes en prisión hasta que el joven sanó. 

Catalina de Erauso, por Juan Van Der Hamen. Fundacion Kutxa.

Catalina de Erauso, por Juan Van Der Hamen. Fundacion Kutxa.

Una vez en libertad puso rumbo a Estella (Navarra). En la ciudad del Ega consiguió trabajo como paje de Alonso de Arellano, un acaudalado caballero de la orden de Santiago. Catalina sirvió en su casa durante dos años, hasta que regresó a Donostia. En el tiempo que estuvo en su ciudad natal sirvió tres meses en casa de su tía, Úrsula de Zarauz, sin ser reconocida. Más de un domingo asistió a misa en el convento del que había huido para ver a escondidas a sus padres y hermanos. Un día, en el cercano puerto de Pasajes conoció al capitán Miguel de Berroiz, hizo amistad con él y la llevó a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). En esta villa costera consiguió una plaza como grumete en el galeón del capitán Esteban Eguino, quien era primo hermano de su madre. Comenzaba la aventura americana.

El nuevo mundo

Nada más llegar al Nuevo Mundo, el primer lugar donde atracaron fue en Punta de Araya (Venezuela), donde se enfrentaron a una flota de piratas holandeses a la que derrotaron. De ahí partieron primero a Cartagena de Indias (Colombia), y después a Nombre de Dios (Panamá), donde estuvieron nueve días. Embarcaron abundante plata y una vez listos para regresar a la península, la vizcaína, nombre genérico utilizado en la época para referirse a los vascos, le robó a su tío quinientos pesos. Una hora después, el navío partía sin ella. 

En Panamá comenzó a trabajar con el mercader Juan de Urquiza, con el que marchó después al puerto de Paita (Perú). Tras una breve estancia en esta ciudad, pasó a Zaña (Perú). Aquí tuvo un pleito con un joven que la amenazó en un corral de comedias. Catalina, defendiéndose, le cortó la cara con una navaja. Por este motivo fue encarcelada, pero gracias a Urquiza y al obispo, evitó pasar más tiempo en prisión. 

Una vez libre se marchó a Trujillo (Perú), donde Urquiza le puso una tienda. Sin embargo, el joven al que había herido en la cara se presentó en esa ciudad, acompañado de dos amigos, para retarla de nuevo. En el desafío, la donostiarra mató a uno de ellos. Por este motivo fue encarcelada nuevamente, pero Urquiza la salvó una vez más. Le dio dinero, una carta de recomendación y la envió a Lima. Sola y sin trabajo se alistó en un regimiento que planeaba invadir Chile. Catalina mostró aquí su lado más belicoso al masacrar a muchos indígenas. 

De vuelta a Lima fue acogida por el secretario del gobernador, su hermano Miguel de Erauso, quien no la reconoció. Permaneció con él tres años hasta que, debido a una disputa, fue desterrada a Paicabí, tierra de indios. Allí luchó, al servicio de la Corona española, en la guerra de Arauco (Chile), ganando fama de valiente y hábil con las armas. 

En la batalla de Valdivia (Chile) recibió el grado de alférez. De ahí el apodo con el que se la conocería en el futuro: la monja alférez. En la batalla de Purén (Chile) murió el capitán de su compañía y ella asumió el mando, ganando la batalla. Sin embargo, debido a las múltiples quejas que había contra ella por su crueldad con los indios, no fue ascendida al rango de militar. 

Esta frustración provocó que por un tiempo se dedicase a cometer actos vandálicos. En Concepción (Chile), asesinó al auditor general, por lo que fue encerrada en una iglesia durante seis meses. Tras ser liberada, asesinó en un duelo a su hermano, Miguel de Erauso, siendo nuevamente encarcelada durante ocho meses. 

Más tarde huyó a Argentina cruzando penosamente la cordillera de los Andes. Fue recogida al borde de la muerte por un lugareño y llevada a Tucumán (Argentina). Allí prometió matrimonio a dos jóvenes, una viuda india y la hija de un canónigo. Terminó huyendo sin casarse con ninguna de las dos, aunque conservó el dinero de las dotes. 

De vuelta a Potosí (Bolivia), se une de nuevo al ejército con el cargo de ayudante de sargento mayor. Participa en varias batallas contra los indígenas y destaca por su decisión y valentía. En Chuquisaca (Bolivia) la detienen acusada de un delito que no había cometido. Pese a su condición de vizcaína, puesta en conocimiento del tribunal por parte del procurador, fue torturada. Finalmente se le puso en libertad. 

La sensación de peligro y el miedo a ser descubierta la acompañaron en todo su peregrinaje por el Nuevo Mundo. En la sociedad iberoamericana del siglo XVII la práctica del travestismo conllevaba serios riesgos. A los hombres que se vestían de mujer se les podía acusar de sodomía, un crimen castigado con la hoguera. Igualmente, las mujeres travestidas en hombre debían rendir cuentas ante el tribunal del Santo Oficio. 

LUGARES RELIGIOSOS DONOSTIARRAS RELACIONADOS

La iglesia de San Vicente Mártir es un templo de estilo gótico tardío (siglos XV y XVI) diseñado por los arquitectos Miguel de Santa Celay y Juan de Urrutia. Posteriores al diseño inicial fueron el pórtico de estilo barroco (1619), la sacristía (1666), la escalera del coro (1784) y los cuatro rosetones de la fachada (1923). De más reciente creación es la escultura Piedad (1998) realizada en aluminio por Jorge Oteiza. En el interior destacan, entre otros, el retablo mayor de San Vicente Mártir (1586), obra de Ambrosio de Bengoechea, y varios pasos de la Semana Santa, como el Ecce Homo, el Cristo yacente, el Descendimiento o la Dolorosa. Teniendo en cuenta las fechas de construcción se podría decir que esta iglesia es la más antigua de la ciudad. La parroquia de San Sebastián el Antiguo, por su parte, estuvo situada desde el siglo XI en los terrenos que ocupa en la actualidad el palacio de Miramar. En su origen fue un monasterio, que con el paso del tiempo se transformó en una iglesia para dar servicio a los habitantes del barrio extramuros de el Antiguo. En el Concilio de Trento (1545-1563), se aprobó que junto a esta parroquia se acondicionara un convento donde pudieran residir unas monjas de clausura de la Orden de Predicadores de Santo Domingo de Guzmán. Por último, el monasterio de San Bartolomé del Camino estuvo ubicado en el cerro del mismo nombre. Habitado por Canónigas Regulares Agustinas, se cree que se construyó a finales del siglo IX. En su interior se conservaba el cuerpo incorrupto de la madre fundadora, Leonor Calbo. Tras muchos ataques e incendios a lo largo de su historia, en 1834 las religiosas lo abandonaron definitivamente. En las excavaciones realizadas hace algunos unos años se llegó a la conclusión de que el edificio tenía unas dimensiones de alrededor de tres mil metros cuadrados, dos claustros de planta cuadrada, el más grande de ellos de diecisiete metros de lado y con un pozo de nueve metros, y una galería cubierta. Ambos patios ordenaban numerosas dependencias, como la sala capitular, el refectorio, la cocina, la portería, los almacenes o la hospedería. 

En La Paz (Bolivia), tras una reyerta multitudinaria, la condenan a muerte. Pide confesión y aprovecha el momento para fugarse. Sus pasos la llevan a Cuzco (Perú), donde se hospeda en casa del tesorero, Lope de Alcedo. Pocos días después surgen problemas con un soldado que intenta robarle en una taberna alrededor de una mesa de juego. 

El incidente acaba en una reyerta entre el militar y sus compañeros y Catalina, a la que ayudan dos vizcaínos. Antes de caer malherida, la donostiarra da muerte a su oponente. Con la vida pendiendo de un hilo la trasladan a la iglesia de San Francisco. Cuando llega el médico y ve la gravedad de las heridas se niega a curarla si antes no recibe los sagrados sacramentos. Catalina, viéndose morir, desvela en confesión su identidad real. 

Iglesia de San Vicente Mártir, en Donostia.

Tras una larga convalecencia, se recupera. Pasa un tiempo arrestada y el obispo de Huamanga (Perú), Agustín de Carvajal, maravillado al escuchar su historia, le ofrece su protección. No obstante, para constatar sus palabras, el prelado ordena a unas matronas que confirmen su sexo. Al morir su protector en 1620, el arzobispo de Lima la hace llamar. A su llegada a esta ciudad ingresa en el convento de la Santísima Trinidad. Aquí permanece alrededor de dos años, hasta que, vestida de monja decide regresar a la península. 

Durante el trayecto a bordo del galeón San José escribe su autobiografía. En 1625 entregó el manuscrito al editor madrileño Bernardino de Guzmán. Un año más tarde se estrenó una obra de teatro, compuesta por Juan Pérez de Montalbán, discípulo de Lope de Vega, titulada La monja alférez. Catalina fue recibida por el rey Felipe IV, el cual le mantuvo su graduación militar, le permitió emplear su nombre masculino y le concedió una pensión de ochocientos escudos por los servicios militares prestados a la Corona, así como por su defensa de la fe católica. 

También tuvo una audiencia en el Vaticano con el papa Urbano VIII, el cual la autorizó a continuar vistiendo de hombre. En 1630 partió otra vez para América, instalándose en Nueva España, probablemente en Orizaba (México), donde se cree estableció un negocio de arriería. 

La muerte

Sobre la muerte de la monja alférez, la tradición local dice que falleció en Cotaxtla (México) transportando una carga en un bote. Sobre su tumba, los historiadores no se ponen de acuerdo: unos dicen que se encuentra enterrada en el lugar donde murió y otros que en la iglesia del Real Hospital de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de los Hermanos Juaninos, en Orizaba. Mientras no aparezcan documentos que lo aclaren, seguiremos especulando. Catalina de Erauso, o Francisco Loyola, Pedro de Orive, Alonso Díaz, Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso, desapareció de los registros históricos a partir de 1630.