Virginia Hall nació en 1906 en Baltimore y fue la benjamina de una familia adinerada relacionada con la banca venida a menos. Por eso, su destino parecía estar ligado a un matrimonio que devolviera a la familia Hall los lujos de antaño pero sus planes eran muy diferentes. Era una líder natural desde niña, usaba pantalones y practicaba actividades con la monta de caballos en el inicio del siglo XX. Se formó en las secciones femeninas de Harvard, Columbia o la American University de Washington y consiguió hablar francés, alemán e italiano, además de inglés. Bajo un espíritu independiente, viajó a París donde vivió los locos años 20 y desarrolló un profundo amor por el territorio francés y los franceses.  

Con el deseo de iniciar la carrera diplomática aceptó un trabajo en la Embajada estadounidense en Varsovia y posteriormente en otros destinos como Turquía pero, por ser una mujer, sus tareas no pasaban más allá de las funciones propias de una secretaria. Fue precisamente en la ciudad turca de Izmir donde sufrió un accidente de caza al dispararse el arma y complicarse la herida en el pie izquierdo. La amputación de su pierna, sin embargo, no determinaría su destino.

Era la época del impulso del nazismo mientras Hall trabajaba como secretaria de consulados insistiendo en puestos de mayor rango para el despegue de una carrera diplomática. Su pierna protésica de madera, a la que Virginia llamaba Cuthbert, le hizo cosechar negativas constantes pero ella era una firme convencida de que su carrera valía mucho más que un matrimonio conveniente.

Una espía leal y efectiva

En 1939, con Europa sitiada por las tropas del Tercer Reich, viajó de París -donde trabajó en el voluntariado de enfermería- a Londres. Lo hizo pedaleando hasta la costa en bicicleta con su pierna de madera para después tomar un ferry. En la capital británica entró en contacto con Vera Atkins, la espía británica reclutadora de la sección francesa de SOE ( Special Operations Executive), un grupo creado por Winston Churchill para el espionaje y la puesta en marcha de sabotajes en la Francia ocupada que propulsaría a nuestra protagonista a sus más gloriosas hazañas. 

Reclutada por Inglaterra, fue enviada de vuelta a Francia en 1941 bajo el alias de Germaine. Lo hizo en paracaídas y con pocas esperanzas por parte de Londres de que una mujer coja pudiera cosechar avances, pero para sorpresa de todos, contactó con la oficina central implantando por primera vez una línea de comunicaciones entre Londres y Francia. Comenzaba su tarea de reclutar agentes, diseñar los planes de seguridad y la adopción de distintas identidades. Se convirtió en una agente no solo efectiva, sino leal y de incansable espíritu para la causa enfrentando resistencias con algunos hombres -que la bautizaron como la bruja pelirroja- y que se negaban a acatar sus órdenes poniendo en riesgo la vida de otros agentes y dando al traste con algunas operaciones. 

Imagen de la licencia internacional para conducir de Hall.

"Debemos encontrarla y destruirla"

Con la resistencia totalmente organizada, el escenario estaba listo para recibir de Londres tanto órdenes como armas. Hall fue artífice de la liberación de una docena de agentes detenidos por la Gestapo y cuya libertad intentó negociar el propio Churchill. Su red clandestina, que daba apoyo a los grupos de resistencia, cada vez sumaba más unidades. Su fama no solo se extendió a la resistencia francesa, sino entre las propias filas nazis que la buscaron sin descanso llegando a ser la obsesión de Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, que ordenó la tortura de sus colaboradores (desde políticos a acróbatas o prostitutas) para conseguir información y puso en marcha en 1942 la circulación de carteles con el presunto rostro de Germaine: “Esta mujer que cojea es una de las más peligrosas agentes de los aliados en Francia. Debemos encontrarla y destruirla”.

El arresto y asesinato de personas muy cercanas a Hall estrechaba el cerco sobre ella y precipitó su huida a España por los Pirineos. Sin opciones, contrató a contrabandistas para realizar el paso junto a otros dos hombres a quienes pagó el servicio y que después reclutaría para sus redes. Huía pero seguía trabajando. Cargaba con su pierna de palo y la radio, escaló y caminó sin quejarse para que su pierna llena de llagas por el duro tránsito por las montañas nevadas a dos mil metros de altura no fuera descubierta. Durante seis meses, Virginia estuvo prisionera en una cárcel de Girona hasta que la embajada de Estados Unidos, que ya había entrado en la guerra, consiguió su liberación. 

Volvió a Francia disfrazada de anciana para seguir con sus planes (llegó a reclutar hasta 12.000 voluntarios), el envío de armas o mensajes. Saboteó líneas ferroviarias y vías de paso para así demorar el avance de los alemanes hacia Normandía convirtiéndose en una de las piezas claves para el Día D. Tras la guerra, recibió numerosos reconocimientos y trabajó para la CIA hasta su jubilación. Murió a los 98 años en su Baltimore natal.

El ‘frente sexual’ de Hall

La discapacidad de Virginia Hall hacía de ella un presunto blanco fácil y un agente inofensivo y débil para la Gestapo. Pero Hall echó mano de la imaginación y con la ayuda de camareras que trabajaban en burdeles introducía heroína en la bebida de los soldados nazis. Su biografía señala que Hall utilizó mujeres como armas de guerra. Se alió con un médico que facilitaba informes médicos a prostitutas en los que se certificaban falsamente la ausencia de sífilis o gonorrea. De esta forma, neutralizó a los soldados dejándolos incapaces para combatir volviéndolos adictos a la droga o infectándolos con ETS. Fue el 'frente sexual' puesto en marcha por Hall y conocido por la alta cúpula nazi con la consiguiente falta de control del Tercer Reich.

Ella sufrió la misoginia y el machismo de la CIA, -de la que fue pionera en sus filas- reconocidos años después de su vuelta a Estados Unidos. Muchas de sus tácticas todavía son usadas hoy por los servicios secretos norteamericanos.