QUIERO compartir con los lectores una experiencia recogida por alguien que estuvo en lo que se considera el primer bombardeo de la Península, al cuarto día del levantamiento militar franquista. Lo recogió mi tío Alfonso Moreno, jesuita, que cita a Placita de Andikona como la persona que lo cuenta desde Argentina (supongo que en calidad de exiliada). Es una de tantas cosas que mi querido tío escribió en sus cuadernos de memorias antes de regalármelas poco antes de morir, en un alarde de confianza que siempre agradeceré, pues no a cualquiera se le entregan tus escritos, y menos un jesuita con más de 50 años en la vocación a un sobrino. Gracias a él escribo con regularidad. Pero vayamos al relato, tal y como está escrito:
"Hoy, 23 de julio, han llegado a Vitoria las lecheras alarmadas de lo que ayer pasó en Ochandiano y le han dicho a mi hermana Marta que los curas han huido del pueblo. Se necesitaban, pues, sacerdotes para atender a los heridos.
Según dichos informes, ayer 22, estando el pueblo en plenas fiestas de la patrona, volaron sobre él, a eso de las nueve de la mañana, unos aviones a regular altura, más bien baja, ya que casi tocaban la torre de la iglesia. Dieron varias vueltas al pueblo. Los pilotos saludaban con las manos a la gente que absorta les contemplaba y aclamaba.
De pronto, los aviones lanzaron unos objetos que brillaban al sol, y al instante se escucharon fuertes explosiones. Desorientados, algunos se refugiaron bajo los arcos del Ayuntamiento. Arreciaban las explosiones. Se acercó a nosotros Victoriano Axpe. Venía ensangrentado. Al vernos, agarró a mi marido y le dijo:
-No sé si te habrán matado más, pero a una de tus hermanas la he visto muerta. A mí me han matado cinco. Cuando se alejaron los aviones, pasamos por el lugar del bombardeo. Sin poder reconocer a los familiares, muy desfigurados, vimos muertos aplastados contra la pared, algunos cortados por la cintura, otros sin cabeza. En la degollina había desaparecido una familia entera: matrimonio joven y tres hijos pequeños. Total. Sesenta y tantos muertos. El día de hoy, 23, se han enterrado 35 cadáveres en una fosa común. Los restantes han sido llevados a Mañaria, Durango y Bilbao.
La gente de Ochandiano no sabía nada de la guerra. Las víctimas murieron saludando a los aviones. (Las bombas tenían la marca de fabricación de Sevilla y los aviones vinieron de Recajo").
Así finaliza el tremendo relato recogido de una testigo presencial. Todo parece indicar que se refiere a la base militar de Recajo, en La Rioja. Y me vuelvo a preguntar por enésima vez: ¿Para cuándo una aceptación y un perdón de tanta masacre en nombre de valores supremos? ¿No hay nadie de entre los herederos de aquellos fascistas que abominen aquellos horrores y pongan el listón de la convivencia en el origen primigenio de ETA, es decir, en el golpe de Estado de 1936?
Gabriel Mª Otalora