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A partir de ahora

PARECÍA que nunca iba a llegar pero lo cierto es que ETA ha dado el paso crucial que lo cambia todo, superando definitivamente las once ocasiones que llegó a decretar un alto el fuego, el último en marzo de 2006, hasta el atentado de Barajas, en diciembre de ese mismo año. Desde entonces, muchas cosas han pasado, pero me quedo con los intentos de reconducir la paz y de empatizar con las víctimas para dignificar el conflicto político latente; de compatía, en expresión de Octavio Paz, referida a la participación en el sufrimiento del otro, el presente y el ausente, que nos permita cerrar este desdichado ciclo, reparando en lo posible el daño hecho y abrir el diálogo humano y político. No se trata de buscar una sociedad ideal sino mínimamente decente, que no humille a sus semejantes (Margalit). Compatía como acrónimo de empatía y compasión que tanto necesitamos, todos en estos momentos como elemento transversal ante los retos que nos llegan, activados por la última declaración de ETA que parece que se han caído definitivamente del caballo.

Como dice el filósofo judío Avishai Margalit, la ideología se hunde cuando no se aviene con la política. Y eso le ha podido pasar a la izquierda abertzale tradicional, todavía representada en Sortu, que avalaba (¿en pasado?) a una minoría totalitaria imponiéndose al resto de la sociedad vasca. Pero las personas pueden volverse mejores, pueden perfeccionarse. Y una de las maneras de volverse mejor viene de la mano del desafío de la solidaridad, una idea recogida incluso en la Revolución Francesa, que enarboló el eslogan de libertad, igualdad y fraternidad. Pero todo el pensamiento político ha girado en torno a la libertad y a la igualdad. Los liberales dicen que la libertad es lo que más cuenta; los socialistas tradicionales, priman la igualdad. Pero el único concepto que no se trabajó adecuadamente fue el de fraternidad. Sonaba a sentimentalismo, a débil y poco serio. Pero es lo más importante, porque para conseguir la libertad y la igualdad, se necesita la acción colectiva y la solidaridad de corazón y mente: la compasión sanamente entendida.

En este nuevo escenario vasco, existen muchos altavoces mediáticos y algunos políticos que se dicen vencedores y abogan la escenificación de la derrota humillante, pero están tristes. Sin embargo, los que han tenido que plegarse ante el sinsentido de la estrategia de la violencia, están contentos, y con ellos toda la sociedad de bien, por el valor que tiene este escenario de paz. Aquellos se mantienen encastillados como reyes Lear que se mantienen tercos en su soberbia: "Ya lo he jurado; y soy inamovible", evidenciando una rigidez inhumana que dificulta la paz y la normalización social y política.

Ahora que ya pesamos en los siguientes pasos -perdón y reparación, relato histórico, verificación del alto el fuego y entrega de las armas, reconocimiento de todas las víctimas y el inicio de un diálogo político que llegue a acuerdos que encaucen el conflicto político, que es muy anterior a ETA-, es preciso trabajar una pedagogía alejada del hazlo como yo para centrarse en el hazlo conmigo; hagamos el recorrido juntos, sin el resentimiento y el odio como premisa de todo. Eliminemos males dolorosos que nos impiden crear y construir la convivencia y al paz. Qué hubiera sido de nosotros si la generación de la guerra y la posguerra se hubiesen reconcentrado en el odio y la venganza con todo lo que huela al dictador Franco. La grandeza del corazón de muchos, propició centrarnos en construir lo posible esperando una memoria histórica que posiblemente nunca les hará del todo del todo justicia. Pero aquella actitud propició la base democrática actual.

No estoy pidiendo claudicación ni silencio, sino diálogo y derechos para las víctimas y para lo que desean políticamente la mayoría de los vascos; pero desde lo mejor del ser humano: su corazón ético. De lo contrario, difícilmente recorreremos el largo camino que nos falta con garantía de lograr un Euskadi mejor que el actual en todos los sentidos.

Gabriel Mª Otalora