Hola personas, tras unos días de descanso, mejor dicho, de vacaciones, porque descansar, descansar, lo que se dice descansar… no sé yo, ya estoy de nuevo con vosotros para contaros unas cuantas cosas que van a convertir este ERP en un cajón de sastre, cosa que me gusta mucho.

Vamos a empezar por un paseo por la geografía humana de la ciudad. El jueves pasado tenía yo la segunda cita, la primera ya os la conté, con una familia gitana que había sido una de las protagonistas de las maravillosas fotos de José Luis Nobel. A las 19 horas me recibieron en su casa de San Pedro con la mayor de las hospitalidades, me sacaron pastas, jamón, queso, chorizo y Cocacola, ¿para qué más? Sentados en el sofá de su casa, Azucena, la matriarca, octogenaria, el payo Luis, que es un vecino, y yo. En torno al ordenador, en sillas, los hijos, hijas y un nieto. Ella vestía de riguroso luto por la marcha de su marido, de quien me hablaron maravillas. Por el mismo motivo y en señal de respeto, había quitado la TV. Su cara de belleza reposada, adusta, vivida y vívida, con el sencillo y negro ropaje que llevaba, era un retrato al óleo sobre soporte de vida. En las fotos muestra una belleza racial, gitana, arreglada y coqueta en algunas, femenina en todas, acompañada de sus hermanas, todas ellas guapas. Vaya trabajo que tendría el padre para apartar moscones.

Hablamos y le pedí que me contase como fue su vida antes, durante y después de habitar el monasterio viejo de San Pedro. Me dijo que había nacido en un pueblo de Huesca, pero qué, dada su vida nómada, nada recuerda de él. Nació allí como podía haber nacido en el pueblo siguiente. Vivían en los carros e iban de lugar en lugar ofreciendo sus servicios y acampando en las afueras, donde solo les permitían estar 24 horas. Estaba quejosa de haber encontrado mucho racismo en todos lados, vida difícil. En los años 70 se les ofreció vivir en el convento y se hicieron sedentarios. Allí llegaron sus padres con un racimo de hijas solteras y en el convento encontraron todas su compañero: todas salieron casadas. A los años el ayuntamiento les dio un piso en San Pedro y allí que se mudó ella con su naciente familia y allá permanece, me contó que al llegar al piso de San Pedro durmió por primera vez en una cama. Allí sigue la familia feliz e integrada con payos y no payos. Le pregunté con cual de sus vidas se quedaba y sin dudar me contestó que con la vida en los carros. Eso se lleva en la sangre. Viendo fotos ellos reconocían a muchísimos de los que por allí aparecían, muchos eran tíos, sobrinos y primos, pero cuando salía alguien de la familia directa había gran alegría y todos hacían fotos de la pantalla. En la pantalla apareció el padre de Azucena, y, serena, lo reconoció al instante y reconoció la vara que sujetaba en sus curtidas manos, esa vara la tengo yo, dijo, dio orden de que la fuesen a buscar y efectivamente ahí estaba una autentica vara de patriarca gitano. El aparece en la foto como un gitano de pura raza, tiene marcado en su rostro el surco de cada camino que recorrió con su familia y su carro, de pueblo en pueblo, ofreciendo su modesto servicio de estañador de pucheros.

Seguimos un rato viendo su pasado y merendando y hablando y disfrutando de la hospitalidad de esta familia que se hicieron pamplonicas de casualidad, que llegaron viviendo en condiciones de miseria, que fueron progresando y que hoy son unos ciudadanos más que han cambiado, para bien, su forma de vida, pero no sus tradiciones ni sus costumbres gitanas.

Por si todo fuera poco, me regaló una bonita y artesanal silla de típico gusto gitano, con perlas y piedras plateadas, y un antiguo berbiquí de aquellos que te apoyabas en la tripa para hacer el agujero. Volveré a esa casa a charlar y a merendar. Me fui encantado del trato.

Dos jornadas antes de todo esto, me fui con un amigo a pasar un par de días en casa de los vecinos, esos que tienen playa, y monteigueldo, y helados, y una isla, que alguien debería de tomar y declarar su independencia, como una isla del tesoro, llena de piratas pobres, porque las naves que asaltan son tablas de surf, o pedalos, o traineras y, claro, ahí nadie lleva un gil y los pobres piratas pillan, como mucho, algún Seiko y algún paquete de tabaco. Que no se preocupen que los subvencionarán

Bueno, pues eso que fui a Donosti. Disfruté de la Bella Easo con todas sus cosas, la Concha, una buena comida, la bahía, atardeceres tras Santa Clara, y un paseo-cena de pintxos por los bares de lo viejo. Y aquí quería yo llegar ¡qué gran diferencia hay entre los suyos y los nuestros! Vaya por delante que tengo un bar y que vendo pintxos y que procuro que estén ricos, pero, para empezar, yo no tengo la barra llena de pintxos, otros muchos en Pamplona los hay que sí, me diréis, de acuerdo, pero son diferentes, y las barras son diferentes

Por poner un ejemplo, en uno de ellos, creo que se llamaba El Tamboril, me trajiné un sencillo lomo de merluza rebozado sobre una rodaja de pan, que me supo a teta, no podía estar mejor, me fue servido por un recio camarero, colorado y fortachón, que atendía tras una barra decorada con sabor: en una esquina había una fuente llena de colorados tomates y sobre ellos un enorme ramo de perejil y en medio de la barra sobre el grifo de cerveza se amontonaban unos kilos de piparras crudas que caían en cascada. La ronda por lo viejo fue todo sabor, que si las antxoas con salsa de txangurro, de fulano, que si los pimientos rellenos de bacalao, de mengano, que si la tortilla de patata casi cruda, de zutano, y de todos hubo que comer, y de algunos dos. Pero algún pincho de esos tan ricos venía con regalo y nos cogimos mi amigo y yo una salmonelosis que el viernes nos llevó a la cama y a los retortijones sumidos en el llanto y el dolor.

Y, por último, vamos a ver otro mini viaje. El martes de esta semana, eran las 6 de la mañana cuando mi taxi me dejaba en la estación del Norte, así llamada porque la instaló una compañía llamada Ferrocarriles del Norte. Minutos más tarde tomaba asiento en el vagón número 2, asiento 5C y el chucuchú del tren me llevó Madrid en pocas horas, a las 9,40 llegué a Atocha. Allí mismo tomé otro tren que me llevó al Escorial. Allí me vino a buscar el librero anticuario Salvador Cortés, y me llevó a su templo en el que me sumergí en un mar de libros. Luego nos fuimos a comer y hablamos un poco de libros y otro poco de salud. A ciertas edades es tema estrella.

El miércoles fue día de asuntos prosaicos y el jueves fui a visitar en Museo del Prado. Hubo un cuadro que dejo impactado, os invito a buscar en Google El triunfo de la Muerte de Pieter Bruegel el Viejo, miradlo con calma.

Me fui con miedo. Todo cabe hoy en día.

Besos pa tos.

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