HACE ahora casi dos meses que mi amigo A. y yo tuvimos la desgracia de cruzarnos en tu miserable existencia. Eran las siete menos diez de la madrugada del día 25 de diciembre en la confluencia del paseo Sarasate y calle San Miguel. Terminábamos una estupenda Nochebuena de fiesta en la que todo habían sido risas y buen rollo, hasta ese minuto fatídico en el que tú decidiste intervenir de manera decisiva en la vida de A. y de todos aquellos que le queremos. No pudiste pasar de largo, un gesto fue suficiente para hacer que ese instinto asesino que habita a pensión completa dentro de ti se activara y actuase en consecuencia. Le pegaste un puñetazo haciendo que se desplomara al suelo y se golpeara la cabeza. Una vez en el suelo, aún le increpabas plenamente satisfecho con tu actuación inflado de odio y de rabia hacia quien nada te había hecho.
Tras dos días de coma en la UCI e incertidumbre sobre su vida y una semana de ingreso hospitalario, regresó a su casa. Pero todo ha cambiado, esto solo es el comienzo, ya que debe iniciar una rehabilitación neurológica de incierto resultado.
Todo esto has provocado. Gentuza como tú hace que la noche, y lo que debería ser un rato de alegría, se convierta en una ruleta rusa en la que una mirada, un gesto o un roce inoportuno pueda activar una imparable ola de agresividad y sinrazón. Me das pena. No alcanzo a imaginar lo vacía que está tu vida y el tremendo complejo de inferioridad que intentas suplir y superar a base de odio y rabia contenida contra todo.
Pero al parecer no estás solo. A pesar de todo te acompañan esos amigos (palabra que les viene muy grande) que esa noche estaban contigo. Esos amigos que ante tu actuación gritaron corre, y con los que seguramente reirás tus grandes hazañas nocturnas. Vosotros sois tan culpables como aquel cuya agresividad conocéis y amparáis con vuestra actitud y encubrimiento. Me espanta que podáis dormir por la noche a pierna suelta y con total tranquilidad, y que la mala conciencia no os abrume de tal manera que debáis apartar la culpabilidad a manotazos a cada paso que dais. Algún día os veréis arrastrados sin remedio por ese odio que vuestro amigo lleva dentro, y solo entonces seréis conscientes de vuestra bajeza. Pero ya será tarde y ahí solo os quedará llorar y apechugar con las consecuencias de vuestro silencio.
Dentro de la sociedad en la que vivimos, el civismo y respeto por los demás debería estar presente en todos nosotros, por ello creemos que siendo una noche de fiesta, en la que seguramente muchas personas pudieron ver este suceso, preocupa aún más la insensibilidad de estas, que aun viendo, e incluso pudiendo conocer a estos individuos, no se hayan prestado a denunciarlo. Máxime cuando un hecho como este puede sucederle a cualquiera y entonces es cuando lloramos y nos lamentamos porque nadie nos ha echado una mano.
Carlos Polite Fanjul