Vamos a celebrar el V centenario de la anexión de Navarra a la Corona de Castilla. Desde entonces somos España.
Muchos historiadores intencionados, durante estos largos quinientos años han intentado por activa y por pasiva mutar la historia de este hecho trascendental en la historia de nuestro viejo Reyno.
Probablemente también es cierto que muchos navarros no hemos tenido la preocupación o la ocasión de estudiar la historia en su versión real. Y la realidad no es otra que Navarra fue conquistada por los Reyes Católicos.
Cierto que contó con la colaboración de la Iglesia, véase la bula de Julio II papa excomulgando a los navarros reacios a esta ocupación armada. La demolición de todas las fortalezas navarras por el cardenal Cisneros, brazo derecho del rey castellano. La magnitud de las fuerzas ocupadoras del duque de Alba, Fadrique Álvarez de Toledo, la traición del conde de Lerín, la apatía del rey francés Luis XII, para quien Navarra solo valía unos 20.000 ducados. Todo fueron intereses creados en los que este viejo reino era moneda de cambio, pelele en manos de poderosos monarcas inmersos en repartirse el incipiente imperio mundial.
En esta lucha de David contra Goliat, tres fueron las intentonas de reconquista con escaso éxito. En 1512 la resistencia. En 1516 una primera tentativa, de limitado fruto, y de nuevo en 1521 el postrer conato de reconquista.
Si esa comisión constituida para la celebración de semejante efeméride llega a la conclusión de que fue una conquista en toda regla, una violación de la soberanía de Navarra, ¿tendría sentido la conmemoración de tan nefasta fecha?
Si, como sospecho, los actos programados seguirán su curso, no quisiera que en todo el fausto que acompañe a semejante desliz se vea deslucido por la inasistencia, bien por olvido o por otros motivos, del Padre Santo como sucesor de Julio II, y pueda levantar así la excomulgación de los navarros, del cardenal primado de España, en recordatorio al dignísimo Cisneros, a la duquesa de Alba, descendiente de su insigne antecesor II duque de la Casa de Alba. Es más, si las arcas forales dan para ello, qué menos que levantar siquiera un monolito sobre tal festividad en lugares históricos de la lucha del pueblo navarro en Noáin, Amaiur, Belate y otros muchos enclaves de nuestra geografía testigos de esta contienda por mantener la idiosincrasia de nuestro territorio, o en su contra una gigantesca bandera española que cubriese la plaza del Castillo anudada en sus cuatro esquinas y nos cobijase amorosamente en tiempos ingratos. ¡Ojo, que si Navarra quiere?! Por supuesto, no podía faltar la presencia de nuestro ilustre Príncipe de Viana. Vaya aquí mi granito de arena.