rECIENTEMENTE se ha hecho eco la prensa de la apertura del nuevo centro Félix Garrido de rehabilitación psicosocial para personas con trastorno mental, situado en Sarriguren. Un año después de que el anterior presidente navarro, Miguel Sanz y otros miembros del Gobierno se hicieran la foto inaugurando un edificio precioso pero vacío, ahora a todo el mundo parece que le ha entrado la prisa por ponerlo finalmente en marcha aquejados no se sabe muy bien de qué repentino brote de hiperactividad.

Podría pensar el lector que más vale tarde que nunca y que deberíamos alegrarnos todos de que por fin el nuevo centro comience a ser utilizado, si no fuera por los trastornos que esa precipitación está causando en los usuarios -particularmente vulnerables dado su perfil asistencial-. Un problema que solo parece preocupar a su pequeña plantilla inicial y a los trabajadores y trabajadoras colateralmente afectados por la atropellada apertura del centro.

No es admisible que personas que llevaban años en lista de espera se vean compelidos en el plazo de dos días a decidir si dejan su hogar y entorno familiar, preparan una pequeña maleta e ingresan en la nueva residencia o si, en caso contrario, renuncian y pierden el derecho a ser atendidos en la misma. Los enfermos mentales no son mercancía que se pueda trasladar de un lado a otro a voluntad, sino son personas especialmente sensibles que necesitan su tiempo para asimilar un proceso de cambio como el que afrontan con su traslado al Félix Garrido.

Por otro lado, la puesta en servicio del nuevo centro, con sus 25 camas (iniciales), apenas tiene capacidad para atender una pequeña parte de la demanda existente, y que potencialmente va a ir creciendo en este tiempo de crisis que nos ha tocado padecer a todos, aunque, como siempre ocurre, a unos -los más débiles- más que a otros.

Por cierto, es oportuno recordar que en aquel maravilloso Plan Sociosanitario de Navarra redactado en tiempos de bonanza, no eran 25 las plazas para este tipo de usuarios -enfermos mentales con cierta autonomía personal- sino 50, repartidas en dos mini residencias como la que ahora se abre, con sus respectivos centros de día y de rehabilitación. Y que tales residencias no vendrían a sustituir, sino a complementar, a los pisos tutelados -una especie hoy en extinción- incrementando así los recursos disponibles para atender una demanda que ha crecido de forma considerable en los últimos años (incremento de la dependencia, de la población atendida en Salud Mental, crisis, etcétera).

Aquellas idílicas intenciones se han hecho realidad de forma muy insuficiente. El primer centro de rehabilitación en Pamplona, que se abrió allá por 2005 continúa en el mismo local provisional donde empezó, en el barrio de Azpilagaña, con una serie de carencias a las que se van poniendo parches a la espera del centro definitivo, dotado de mini residencia. A su vez se abrieron otros dos en Estella y Tudela respectivamente que siguen en las mismas condiciones.

Este último centro, el flamante Félix Garrido, será muy bonito por fuera, pero presenta importantes deficiencias de diseño en su interior, por no hablar, como anécdota, de que algunos electrodomésticos se estropearon el primer día de uso, tras un año muertos de risa. Y donde la plantilla ha visto mermadas sus condiciones laborales debido a la presión para abaratar al máximo la concesión del servicio.

En definitiva, algunas personas directamente involucradas en la atención de salud mental en Navarra lamentamos no poder sumarnos al regocijo de algunos por la apertura del nuevo centro, puesto que no estamos de acuerdo con el modo apresurado en que ha iniciado su andadura -la atención de personas afectadas por un trastorno mental requiere de un proceso que no puede estar al albur de caprichos políticos- y porque, además, Navarra sigue padeciendo una notable escasez de recursos tanto residenciales como ocupacionales en un ámbito tan importante para la sociedad como es el de la salud mental.

Helena Gómez López

Delegada sindical de LAB en Avanvida