Precisamente ahí, en el lugar de los hechos, junto a las "rendijas verticales" del fortín pamplonés de más actualidad, es donde en La trastienda, la película de Jorge Grau, un médico del Opus conocía a la mítica Cantudo. Digo "conocía" en sentido bíblico. Conoció Adán a Eva y Eva dio a luz a Caín y después a Abel, dice la Biblia. En la Biblia, como en la mitología en general, las cosas van tan deprisa que no queda claro si Caín y Abel eran gemelos o hijos de conocimientos sucesivos. La trastienda. Jorge Grau, que había sido de la Obra y al que los Huarte -los del Señorío de Sarría- habían acogido bajo su mecenazgo, concibió La trastienda como un desquite contra el Opus. La venganza, en opinión de la crítica seria, era tan burda que el tiro le salía por la culata. En efecto, secuencias como la de la Cantudo destapándose junto al fortín de las rendijas verticales mientras estallaban los fuegos de artificio de la Ciudadela son como para una antología de lo chusco. Pero la idea de fondo no estaba mal. El título de la película, en el fondo, no se refería tanto a la parte de atrás de la boutique pop de Pamplona donde trascurrían varias secuencias del film, cuanto a las pertinaces fuerzas vivas que desde las sombrías cocinas de la ciudad imponían su ley y se salían siempre con la suya. Cómo no recordar La trastienda después de que, el pasado miércoles, el Ayuntamiento de Pamplona adoptase el acuerdo mayoritario de rechazar la decisión unilateral del gobierno de UPN por la que la expansión de Opus hacia Donapea se nos impone como un hecho inexorable. Cómo no recordar aquella película en la que el aire pop de una moderna boutique de nuestra ciudad no era más que la tapadera exterior de una rancia trastienda con olor a sacristía. Cómo no recordar La trastienda cuando el partido gobernante ni se da por notificado de lo que la mayoría democrática le exige y sigue adelante como una tenaz e imparable fuerza viva. Cómo no recordar La trastienda con esa y otros actualidades.