son palabras de la letra del himno nacional de Venezuela tarareado como canción de cuna en los días turbulentos de la Independencia y los que siguieron después. En 1957, unidos estudiantes, obreros, un sector militar y la Iglesia, a sus sones, derrocaron al dictador militar Pérez Jiménez, y con los recursos de su potencial anímico y de su riqueza petrolera, la república avanzó un proceso de reconstrucción en el que el fomento cultural constituyó plataforma fundamental.

Se crearon escuelas y liceos, se implantó la universidad pública con régimen nocturno, se fundaron bibliotecas, bancos del libro, se abrieron archivos y museos. La revisión del pasado logró que se contemplara con confianza el futuro, inaugurando una praxis política democrática, intentando ordenar la confusión social procurada por las masas emigratorias del campo a las ciudades que, en poco tiempo, multiplicaron su población, a más de una acción de incorporación al país de los numerosos extranjeros, en su mayoría europeos, arribados tras la Segunda Guerra Mundial.

Los de mi generación, levantados en ese torbellino de optimismo y oportunidades, creímos posible apresar el sol entre los dedos sin tan siquiera quemarnos con su fuego. Trabajábamos en el día, estudiábamos en las noches, participábamos en los eventos electorales, fuimos apasionados lectores de los periódicos, atentos concursantes de las cadenas televisivas, seguidores de movimientos reivindicativos a nivel internacional como el de la Mujer y los Derechos Civiles, dialogantes con los credos diversos de nuestro entorno. Fueron años de luces pero no duraron mucho pues la corrupción política maduró como un tumor en el cuerpo político de la república, dotada de una naturaleza física magnífica con sus selvas y llanos, médanos y páramos, el cobalto de sus cielos, el verde de sus costas y el caudal de sus ríos, el oro y el hierro de Guayana, donde debió de asentarse el quimérico Dorado, con el negro chorro petrolero de Maracaibo, ungüento caribe para males de la piel que no remediaba los del alma. Se dejó de respetar la ley, se perdió la virtud y Venezuela se fue quedando sin honor.

El lastre imperante desde los tiempos de la colonización española liquidaba el sueño: el poder político detentando el control económico. Un presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, fue apartado de su cargo por corrupción, pero la depuración fue insuficiente. La metástasis de la corruptela, uniéndose fuerzas de extrema derecha con la extrema izquierda para asir el poder de la presidencia y del Congreso, tronchó el proceso regenerativo.

El nuevo fenómeno establecido en Venezuela, el crecimiento y desarrollo de una clase media ilustrada fue incapaz de impedir el cataclismo procurado por la guerrilla, el poder militar omnímodo, actuando finalmente en ese escenario de la Venezuela de los 90, como en la España de 1936 o la Alemania de 1939, el líder militar, salvador de la patria, con un discurso patriotero, en el caso de Chávez removiendo el sentimiento bolivariano anidado en el pueblo desde la Independencia, ofreciendo ventajas económicas a quienes, sin tener nada, aspiraban tener algo, pero que habrían de tener menos que nada. Nunca faltó, hasta estos días, harina de maíz, alimento básico en la dieta nacional. Lope de Agirre, en el siglo XVII, define a los habitantes de la paupérrima Venezuela de su tiempo, como comedores de arepas. Ahora, ni eso tienen.

Es este un ejercicio de comprensión, achicando en el lago de la Historia de Venezuela, mientras las palabras de su himno se repiten en mi memoria, contrapongo mis recuerdos a a los sucesos indignantes que presenciamos en Nabarra, que va perdiendo su honor a falta de la virtud de algunos de sus políticos, que no respetan la ley. Deciden los partidos en Madrid lo que se debe hacer en Nabarra, se mantienen determinados puestos políticos pese a la denuncia de una funcionaria de Hacienda y una Comisión de Investigación parlamentaria. Entre tanto, sin más que hacer, la presidenta deambula, para bochorno de nuestro honor, en programas foráneos que atentan contra la dignidad cultural, mientras nuestra economía se tambalea, nuestra generación de jóvenes promesas en los que hemos arriesgado tiempo y patrimonio conoce desempleo y migración, decae la calidad de nuestra salud y educación, desaparece nuestra caja de ahorros y se entorpece nuestro espacio político de diálogo, estableciéndose la intolerancia, el descrédito y la amenaza como punto de partida.

El prometedor papa Francisco, en una exhortación apostólica de 2013, habla del dinero, poderoso caballero de todos los tiempos. Advierte este Papa argentino, hijo de emigrantes, sobreviviente a los derroteros del mussolinismo y del peronismo? El dinero debe servir, no gobernar? os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas, a una ética a favor del ser humano. Y podría añadir, apoyándome en otras palabras suyas, que tenemos que recordar siempre que somos peregrinos y peregrinamos juntos, que no basta acudir al castillo de Xabier, incendiando en su día por las tropas conquistadoras que acabaron con la soberanía del reino de Nabarra, y salmodiar al santo, para cumplir con el mandato de la gobernanza de Nabarra. Los tiempos son duros y necesitamos que se cumpla la ley y se restablezca en determinada clase política, la virtud, parta que quede limpio el honor de nuestra Nabarra.

La autora es bibliotecaria y escritora