según los resultados de las elecciones celebradas el 16 de febrero de 1936, el setenta por ciento de la población navarra había votado a los partidos del bloque de derechas y habían sacado los siete diputados que correspondían a la provincia. De este dato se puede deducir, sin dudar, que en aquellos años republicanos en Navarra la población era: católica, monárquica, fuera carlista o borbónica, conservadora, militar y eclesial y a última hora: fascista y falangista para acabar en unos pocos meses siendo franquista.

El golpe militar tuvo su epicentro en Pamplona. Los primeros pasos civiles de su expansión se dieron en la provincia de Navarra tomando el poder político de manera violenta con las armas de la Guardia Civil y aprovechando el descuido de la población ante la sorpresa. Y fueron los jóvenes navarros con uniforme carlista o sin uniforme los primeros que se subieron a una columna para llegar a Madrid y derrocar al Gobierno de la República.

Sabemos que en aquel verano de 1936, los alzados: militares, carlistas y falangistas y voluntarios que quisieron cambiar el mundo matando a quienes no pensaban como ellos, se encomendaron al Sagrado Corazón de Jesús e hicieron una escarda con la que arrancaron la vida a una quinta parte de quienes pensaban contrario a ellos. Pero hay que recordar que lo hicieron uncidos por la santa madre Iglesia católica que los predestinó orgullosos a formar parte de una cruzada religiosa.

A fuerza de ser demócratas surgidos y amamantados en las reglas establecidas en la transición, cuya tarea más importante era fraguar un gran manto de silencio y degradación sobres los crímenes fascistas de 1936, nos encontramos ochenta años después, cuando el problema mal solucionado exige una solución correcta y un relato objetivo, con la realidad ineludible de que en una parte muy importante de la población navarra, en pueblos y ciudades, joven y con cierta edad, no sabe qué pasó entonces y tampoco le interesa saberlo.

Hasta aquí hemos llegado y el resultado es que los herederos de aquellos carlistas y falangistas, los franquistas, conservadores, católicos y monárquicos, aquellas fuerzas religiosas y militares todavía mantienen el poder de hecho y de facto sin que haya hecho nada por aclarar la verdad y destapar sus consecuencias.

Y por eso quienes ganaron la guerra no reconocen con sinceridad y determinación a tantas víctimas inocentes, aunque sin embargo, por otro lado sin mostrar ninguna vergüenza, todavía mantenga públicamente los símbolos con los que honran la memoria de sus muertos y hagan recuerdo y enaltecimiento de sus héroes, allá donde quieren y pueden esquivar la Ley de Memoria Histórica.

Para eso sí que saben y no olvidan y quieren que nadie nos olvidemos. Y cuando en algún momento o en algún sitio hacen por reconocer a las otras víctimas lo hacen desde la idea de que nadie sabe quiénes fueron los que los asesinaron, y si cuando se nombran a los asesinos no se dan por enterados ni por aludidos: son tiempos pasados, gentes de antes que no estaban civilizadas, cosas irremediables que ya no van a volver a suceder y para cuando terminan su retahíla: la responsabilidad de los suyos ya ha desaparecido.

Saben de primera mano que todavía no han hecho el acto de reconocimiento de lo que hicieron sus mayores, de lo que hicieron sus preceptores para defender sus ideas y sus creencias. No les interesa contar y reconocer lo que hicieron sus correligionarios. Tampoco pueden sentir caridad cristiana ni solidaridad con el dolor consecuencia de los crímenes que cometieron, seguramente porque siguen convencidos de que como ya están muertos y no se puede hacer nada por ellos, es mejor olvidar, porque en otro caso bien muertos están y si acaso se mataron entre ellos.

Desde el bloque político que significa la derecha, en estas últimas décadas, todavía no han hecho el repaso objetivo y general de lo que hicieron y de las consecuencias que tuvo, y de las que han sobrevenido, y tampoco quieren entrar a valorar la gravedad de lo que destruyeron y el grado de culpa que tuvieron. Eso sí, se han quedado con las rentas y con los dividendos.

Hoy en Navarra, las instituciones navarras, la ciudadanía navarra ha de conocer y reconocer lo que sucedió en el periodo republicano y poner blanco sobre negro qué pasó en los primeros meses de golpe militar y lo que los propios navarros directamente hicieron contra sus vecinos. Tenemos la obligación histórica de romper el silencio al que nos han sometido y hemos de obrar en consecuencia.

Que nadie quiera conseguir, con unos pocos diplomas de buena conducta a los familiares que lo soliciten, volver a silenciar de nuevo toda la esencia de lo que sucedió.