Berlín, orígenes de una caída
El 9 de noviembre de 1989 un alto funcionario de la República Democrática Alemana precipitó la caída del muro de la vergüenza en una accidentada rueda de prensa. Aquella intervención televisada no era sino la culminación de un proceso más amplio, que había comenzado meses atrás de la mano de un movimiento popular y pacífico conocido como Die Wende. Pero, ¿fue éste el verdadero punto de partida? La cronología puede mostrase tan caprichosa como queramos, señalando momentos clave como las huelgas protagonizadas por el sindicato Solidaridad en 1980 o el inicio de la Perestroika en 1986. Sin embargo, las grietas del muro de Berlín surgieron antes incluso de su construcción.
La muerte de Stalin abrió involuntariamente la espita de la rebelión tras el Telón de Acero. Fue precisamente en Berlín oriental donde un levantamiento en junio de 1953 evidenció el rechazo popular hacia los métodos impuestos por Moscú. Su sucesor, Nikita Jruschov, interpretó estos acontecimientos imprimiendo un giro político a comienzos de 1956 con la denuncia del régimen anterior. Este nuevo ciclo conllevó a una mayor apertura, tratando de deshacer el rígido tándem líder ideología que se había forjado en los años 30 y 40. Fue demasiado tarde. Las críticas a Stalin no sólo fueron mal acogidas interiormente, sino que trasmitieron una imagen de renuncia en el exterior. Nuevas disidencias estallaron en Polonia y Hungría, siendo esta última la más recordada. Con la entrada de los tanques rusos en Budapest regresaron también los viejos métodos, truncando el sueño de un comunismo reformado. ¿Cómo podía sobrevivir un régimen que había demostrado tan descarnadamente su incapacidad para adaptarse? Con alambradas y muros desde luego, y con la destitución del propio secretario general del PCUS en 1963.
Aún así, aquel fallido deshielo logró impresionar a una joven generación de estudiantes, muy especialmente a un desconocido universitario del sur de Rusia llamado Mikhail Gorbachev. El legado de Jruschov se había convertido en una peligrosa paradoja, pues por un lado consagraba la represión como fórmula de gobierno mientras que por otro plantaba la semilla de la crítica. Ésta no pararía de crecer en los años siguientes, con Alexander Dubcek en los 60, con la Ostpolitik que Willy Brandt exportó en los 70, y naturalmente con el ya citado Gorbachev en los 80. Fueron las raíces de esta disidencia interna, estimulada en un principio y coartada después, la verdadera causante del derrumbe que marcó nuestras vidas.
El autor es analista político especializado en Europa