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Agenciamiento existencial

Ser agente de la verdad es lo que propone Robert Sokolowski para una Fenomenología de la persona humana. Ya el mero hecho de titular el ensayo de esta manera supone deducir el que aparte de la misma existan otro tipo de personalidades no humanas, pues uno se puede presentar como el policía Catarella, de la serie Montalbano, “en persona personalmente”; delegar la representación o bien hacerlo diferidamente en precaria simultaneidad gracias a algún tipo de modalidad inter-facial de la telecomunicación. La teleacción ya no es una serie de ficción, sino que forma parte de la realidad más inmediata, la de la telepresencia, abusando de la terminología de Lev Manovich. Estas modalidades suponen una presencia en ausencia marcada por la distancia física y en ocasiones temporal, de desterritorialización, que tiene por su virtud más destacada aquella de acercarnos, de la aproximación, consistiendo, sobre todo, en ser una auténtica fantasmática. Pero para ello, al menos por el momento, hacen falta personas, que en la definición clásica dada por Sokolowski son “entidades individuales que poseen razón”. La definición, según nos explica, abunda en la dada por Boecio en el siglo VI y recala en el hecho de que pueda ser aplicada en determinadas circunstancias a personas no humanas, como fuera lo divino y lo angelical, afirmando más cercanamente: “En el contexto legal, puede haber personas como corporaciones o estados, que son entidades que tienen un estatus ante la ley y son reconocidos como agente”. A esto denominé con anterioridad colectiva individuación, puesto que en el agenciamiento de tales agrupamientos nada puede ser tratado sin la intermediación exhortativa del individuo como parte de la comunidad. Una humana colectividad compuesta, a partes iguales, por las cosas, los instrumentos y por las palabras, los mensajes de su producción.

Propongo, por tanto, para nuestra problemática, una nueva modalidad de agenciamiento, en línea con el ejemplo dado por el par Deleuze&Guattari, de la amazona donde la cultura impone su necesidad incluso a la parte biológica dada por la naturaleza en función del objeto de su rol, amputando el pecho, para así cumplir con un objetivo ser mujer-arco-estepa en el medio y entorno biocultural del que la política forme intermediariamente parte. Recuerda el antropólogo Roger Bartra en este sentido el cómo “las amazonas, en su carácter contradictorio, que aunaba la domesticidad femenina a la furia guerrera de los salvajes, representaban en una misma imagen el lindero entre la cultura y la naturaleza”. La acumulación paradigmática de los elementos indudablemente en buena parte ya nos es dada, y en otra tal vez ínfima deberá ser creada desde nuestra particularidad. Y es aquí donde los ámbitos de las ciencias y de las artes devienen en obligada cooperación. De este agenciamiento forma parte, como no podía ser de otra manera, los hechos acontecimentales en su dimensional dúplice doblez (hago aquí referencia a la cuestión del género) protagonista en el relato tanto histórico como metahistórico y proyectivo transmitidos por el lenguaje asimismo de los sujetos como de los objetos. Pero decir lenguaje, apostillan los filósofos franceses, es recalar en que el mismo “ni siquiera está hecho para que se crea en él, sino para obedecer y hacer que se obedezca [...]. El lenguaje no es la vida, el lenguaje da órdenes a la vida; la vida no habla, la vida escucha y espera. En toda consigna, aunque sea de padre a hijo, hay una pequeña sentencia de muerte -un veredicto- , decía Kafka”.

El “agente de la verdad humano en acción” -en la expresión de Sokolowski- que debiera ser el político hace, como evidencia su actuación, poco honor a definición tan elevada. Da igual en qué idioma se encuentren recogidas las órdenes del boletín. Una verdadera hermenéutica de sus textos daría con la clave sobre los diversos agenciamientos que vienen a darles sentido. Y decir veracidad supone en la fenomenología del autor aproximarnos al concepto ilustrado de la racionalidad: “Veracidad significa prácticamente racionalidad, pero pone de relieve el aspecto de deseo que se halla presente en la racionalidad y posee la ventaja de implicar que hay algo moralmente bueno en el cumplimiento de este deseo. También sugiere que somos buenos y merecedores de reconocimiento simplemente por ser racionales. La veracidad es el deseo de verdad; nos especifica como seres humanos. No es una pasión ni una emoción, sino la tendencia a ser sinceros. Las pasiones no son los únicos deseos que tenemos, y la razón no sólo su sirviente; también queremos alcanzar la verdad”. En las antípodas del espectro ideológico al cual pertenece, desde la ucronía, el par Deleuze&Guattari parecen responderle bajo el signo de la interrogación: “¿Hay algo más pasional que la razón pura?¿Hay una pasión más fría y más extrema, más interesada, que el Cógito?”

Se es agente cuando se es sujeto de una acción efectiva, según nos hace saber la fenomenología. En la política esta acción siempre lo es necesariamente sobre los demás. Y por ello mismo, en su existencialidad, debiera contemplar al menos los tres estadios en los que según el fenomenólogo Carlos Morujao (de la Universidad de Lisboa) se da un encuentro entre la naturaleza individual y las relaciones intersubjetivas: “En otras palabras -en las suyas propias- que transporta todo lo que se refiera al oikos (la esfera privada) o del agora (lo público-privado), para el de la ekklesia (o espacio público) y que, por un efecto perverso de retorno, provoca la invasión por este último de los otros dos. Así -nos dirá-, para la política existencial todo es político, incluyendo la afirmación que defiende que no todo lo es”.

Tal agenciamiento sobre la vida misma en modo alguno puede dejarnos indiferentes. Uno de los instrumentos para el clásico análisis del mismo es el de la historia, otro, el de de la filosofía, otro más el de la estética, etcétera; lo que da un sentido perenne al saber humanístico tan denostado por el precepto numérico, el formalismo sintagmático, la lógica meramente cuantitativa y la reducción biológica. No hacerlo de esta manera, es decir creando pensamiento crítico, puede conducirnos axiomáticamente, sin oportunidad de discusión alguna, a ser individual y colectivamente una variedad del “esclavo de sí mismo”. Esta nueva forma de esclavitud sin atisbo de veracidad es la que viene a recoger Byung-Chul Han en su ensayo de Psicopolítica.

El autor es escritor