Más de 700 peregrinos muertos, aplastados en la ciudad santa del Islam, la Meca, cuando iban o volvían de apedrear al diablo, según es su tradición, a donde han de acudir todos al menos una vez en la vida, aunque les pongan restricciones, pues ahora no caben. A algunos les encanta apedrear y casi todo lo convierten en diablo. Ya hubo allí tragedias similares: en 2006 murieron 364; en 1994, 270 cadáveres y en 1990, 1.426 cadáveres. Tal vez sea un símbolo de Alá ante el fanatismo que hace matarse entre sí a los mismos seguidores de Mahoma.

Aquí van datos de una terrible pero cierta y vistosa información que circula por Internet: los atentados terroristas en el mundo hoy son mayoritariamente realizados por fanáticos musulmanes, desde EEUU a Bali, desde Moscú a París, India, Madrid... No hay graves problemas entre comunidades budistas con hindúes, con cristianos o sintoístas, confucianos, judíos, ateos, que viven con diversas combinaciones entre sí, pero cualquiera de estos grupos sí que sufre serios problemas en cuanto se junta con musulmanes. E incluso los musulmanes entre sí: chiitas contra sunitas o contra sufís, etcétera. Además, los musulmanes no están contentos ni en Gaza, Palestina, Egipto, Libia, Marruecos, Irak, Irán, Afganistán o Pakistán... Pero sí parecen estar mucho mejor en Europa, EEUU, Canadá o Australia, donde rige el sistema occidental de libertades y de creencias. Es decir, en cualquier país no islámico. Entonces, ¿a quién culpan? No al Islam ni a sí mismos, sino a los países en que viven felices y les acogen cuando huyen. Luego dicen que quieren cambiarnos, esperemos que no sea para convertirlos en los estados de los que huyeron. Famosas son sus organizaciones, sobre todo las asesinas, en nombre del buen Dios: ISIS, Al-Qaeda, Hezbollah, Hamás. El problema son ellos, su incultura e intolerancia... Pero habrá que dialogar si queremos paz. El mundo no se arregla inyectándole más odio. Habrá que ayudar a todos los que busquen un Islam más abierto y admitan la libertad, el divino don de la pluralidad y puedan amar a los que son diferentes. Si no, ésta, nuestra nueva guerra civil, puede ser horrenda. Por eso yo, como ciudadano ilustrado, les respeto; como cristiano, abrazo y amo a mis hermanos musulmanes. También he de amar a mis enemigos, aunque a la vez deba combatirles. Por amor a mis hijos, a nuestro pueblo, por la sagrada libertad.