durante años no ha sido fácil ni seguro moverse en bici por Iruña, y por eso cada ciclista se ha tenido que buscar la vida. La solución más socorrida ha sido el trazado de itinerarios personales por la ciudad, con rutas que incluían cruzar parques, subir a las aceras, bajar a las carreteras, culebrear semáforos y hasta usar direcciones prohibidas. El viento en la cara, la rapidez para llegar y el disfrute de muchos rincones y de todas las estaciones compensaba con creces el riesgo y el esfuerzo de imaginación y atención.

Luego, allá por 2006, con Barcina y UPN en la alcaldía, llegaron los carriles bici florero, tramos sin origen ni destino que han metido las bicis por las aceras, en muchos casos estrechas y llenas de árboles. Entonces, igual que cuando se nos empezó a hacer tarde por la noche y pusimos las luces; cuando la cuerda del bolso se metió en los radios y compramos alforjas; cuando hartas de que nos las robaran pusimos el mejor candado, igual, digo, cuando nos subieron a las aceras pusimos un sonoro timbre, pero eso no ha evitado que los peatones se enfaden con las bicis, y a veces con razón. De acuerdo: de la acera, a la carretera; nuestro sitio está donde el coche y no donde el peatón. Mejor que nos quitemos de en medio, nos ajustemos bien el casco y bajemos a la calzada, como propone la nueva Ordenanza. Pero, por favor, hasta que no destronemos de verdad al coche, que no sea también un descenso a los infiernos: carriles seguros y pensados y campañas de respeto y empatía. Mientras las bicis no tengan prioridad en carriles y rotondas, los coches giren sin vernos y aparquen en los carriles; mientras no guarden su distancia y nos sigan ladrando, los y las ciclistas no tendremos otro remedio que continuar discurriendo y dibujando nuestros propios itinerarios. Para conservar la piel, el humor y seguir disfrutando.