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Libertad y miedo en la escuela (I parte)

Aunque creemos que es evidente, conviene recordar de vez en cuando que hacer educación no es adoctrinar. Educar tampoco es sólo formar, por necesario que pueda parecer. Es algo más. Ese algo más es difícil de definir pero tiene que ver con la libertad. Ese algo más quizás lo dé la observación de los mecanismos del pensamiento que nos llevan actuar y reflexionar de una u otra manera. Los clásicos a ese ejercicio lo denominaban conocimiento de uno mismo.

Ese conocimiento implica una apertura incondicional, fresca, no finalista, hacia lo que nos rodea. Obviamente, el miedo es un obstáculo para la educación. Un profesor con miedo transmite miedo.

A su vez, un alumno con miedo, presenta dificultades para abrir su mirada desinteresadamente hacia eso que llamamos realidad. Tenderá a defenderse, a dotarse de referencias lo más duras posible que mitiguen sus propios miedos. Cuando el profesor y el alumno entran en comunicación desaparece la jerarquía y la educación, quizás, pueda darse.

¿Qué tiene que ver esto con la situación cotidiana de los centros educativos? Nada o muy poco. La situación de muchos profesores es intentar sobrevivir hasta el día siguiente, por múltiples y variados motivos. Uno de ellos es el acoso laboral y situaciones análogas. Según los estudiosos del tema, el problema afecta en torno al 9% de los trabajadores aunque seguramente en este sector el porcentaje sea algo mayor. En las escuelas que conocemos este dato se queda corto.

Nos preguntamos cómo pueden darse situaciones en las que determinados compañeros dediquen su tiempo y esfuerzo a perjudicar intencionadamente a los que viven a su lado. La respuesta no es sencilla pero al menos tiene algunos aspectos evidentes. Por una parte el acoso sólo puede darse si el entorno lo permite. Pero el entorno, los compañeros, lo permiten, salvo honrosas excepciones, porque tienen miedo e intereses particulares. De nuevo el miedo. La interpretación del sistema tampoco ayuda: hay que producir y no molestar con problemas personales; como si la educación no fuera un tema estrictamente personal. Las direcciones de los centros, generalizamos, y el servicio de inspección mantienen por inoperancia el rumbo de la nave hacia ninguna parte, salvo que les afecte personalmente. A lo más que se llega es a los manidos “estamos todos en el mismo barco”, o “lo que sea por los alumnos” que no son más que expresiones que significan “sálvese quien pueda”. Aquellos que tienen una sensibilidad diferente, un cierto criterio propio, otra manera de ver... tienen dos opciones: o se reprimen, aguantan y se amoldan degenerando o simplemente se marchan; los echan.