Levántate, amada mía. Ha pasado el invierno, han cesado las lluvias, aparecen las flores, el tiempo de las canciones ha llegado”. Así Orreaga en mayo. Henchida de romerías, pletórica de canciones. La belleza se esconde en los sitios más inhóspitos. No es fácil la vida en el Pirineo. Orreaga: la belleza del Pirineo. Lejos de mariologías machirulas, sus imponentes paisajes cautivan y arrebatan. Orreaga: la semántica de la alteridad, la convergencia de la pluralidad, el pálpito de miles de espiritualidades, culturas, credos y contingencias. Orreagako Ama, su espejo. Unas romerías sin conciencia de ello advienen vacuas, fatuas, sin sentido. Orreaga no es una mujer, menos una reina, ni una imagen ni un lugar turístico de peregrinación o un paraíso ecológico. Así las cosas, ¿tienen sentido las romerías? ¿Y los Z? La escenografía resulta contracultural. El grueso de participantes viven sin fe. Muchos -cada vez más- no participan en la Eucaristía. Reducidas a un rito atávico o consanguíneo de inspiración patriarcal. Ni devienen evangelizadoras. 

Jesús propuso una espiritualidad interior, sin templos ni alharacas. No a la mujer convertida vestal idolátrica. Una perspectiva deplorable de la espiritualidad femenina constreñida en parámetros de sumisión y maternidad. Proyección machista de célibes insatisfechos sexualmente. Digna de un estudio psicológico y feminista. De otra teología de la mujer. De una mariología de resurrección soteriológicamente feminista desde constructos ónticos femeninos. En algún valle pirenaico los jóvenes las ponen en solfa. Normal. Vivimos en la era de la inteligencia artificial, no en el Medievo. Me alegro. Orreaga y sus romerías, empero, cobijan recatadamente la honda espiritualidad de nuestros ancestros.