Me gustaría... ¿cómo explicar lo que siento?, ¿cómo cambiar lo que no se puede cambiar?, ¿cómo describir cómo y cuánto te extraño papá?

Recuerdo las últimas palabras que tú y yo hablamos. Fue una conversación extraña, surrealista, ¿cuál sería la palabra adecuada para describirla? Te inquietaba salir del hospital en silla de ruedas. Te preocupaba cómo estaría mamá, nosotros, el perrito... ¡Y ni tan siquiera podías mantenerte unos segundos en pie!

Ahora ─al recordar otra vez aquellas palabras─ los ojos se me llenan de lágrimas. Me gustaría que te levantaras no una sino cien veces. Y claro, estar yo ahí para poder ayudarte. Y yo me pregunto. Si pudiera volver atrás, si estuviera otra vez allí: ¿qué cambiaría en aquel diálogo...? ¿Todo?, ¿una parte?, ¿nada?

No se puede variar nada. Ni una palabra, una coma o un acento. No se puede... El pasado no se puede cambiar, pero sí se puede aprender y mucho de él. ¡De ti!, mejor dicho. De tus muchos logros sin medio alguno, de esa voluntad férrea por seguir adelante, de ese anhelo sin límite por querer vivir. ¡Vivir y sentir por encima de todo!, ¿hay algo más bonito que eso?

Esa fue,─no cabe duda, la última lección de ese amplio manual de la vida que fuiste tú. Como una maleta de cuero vieja que, sin embargo, oculta miles y miles de páginas impresas a todo color. Una enciclopedia de conocimiento, de saber, de estar siempre ahí.

PD: una fotografía y estás tú ahí. Un parpadeo y estás aquí. Así de pequeña es la distancia que nos separa…

Es querer... y estás junto a mí.

Es soñar con tu abrazo.

Es... no hay olvido en la soledad.

¡Te quiero, papá!