No deja de sorprenderme el alboroto que se ha montado en redes sociales tras el regreso de Amaia Montero a La Oreja de Van Gogh. La noticia ha sido bien recibida por buena parte del público -agotando entradas- pero también ha despertado críticas entre seguidores del grupo. La precipitada salida de Leire Martínez del grupo hace ahora justamente un año ya despertó todo tipo de especulaciones.
“Yo hubiera terminado el ciclo de otra manera. Nos merecíamos algo mejor” (El País), aseveró la artista. En este polaridad de opiniones hay de todo, desde quien dice que Leire representa la currela humilde y maja, por decirlo de algún modo, y Amaia la ‘pija’ insoportable a la que se le subieron los humos, hasta los que siguen admirando a Amaia porque forma parte de la etapa de los grandes éxitos del grupo y la consideran la esencia del grupo donostiarra. Personalmente empatizo más con la “sustituta” valorando que ambas son dos pedazos de artistas. Los temazos de la banda están asociados a Amaia (Rosas, Cuéntame Al Oído, París o Deseos de Cosas Imposibles).
Ambas con grandísimas voces, diferentes personalidades y han proyectado diferentes imágenes. Y a mi juicio una más diva que otra. La irundarra estuvo once años en el grupo y acapara más de un millón de followers en Instagram pero no llegó a triunfar en solitario atravesando una etapa personal al parecer difícil. La solista navarra tras 17 años cosechó 253.000 fieles, y llena conciertos.
Las redes son un termómetro de popularidad pero también de imagen y de nostalgia. Como dice Leire sobre el grupo, todo lo que “ellos decidan me parece bien”. Serán por tanto los que mandaban y mandan.