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¿Tiene futuro el Banco de Santander?

La búsqueda del beneficio propio es algo que procede de las bases biológicas de la conducta humana. Pero también está asentado en ellas el altruismo o el cuidar de los intereses del grupo. Frecuentemente se producen tensiones entre estas tendencias.

Los bancos son entidades amorales. Su fin es el de obtener beneficios, y por ello resulta necesario que la sociedad les ponga límites a fin de que no se produzcan resultados que pudieran resultar dañinos para ella.

Desde aquellas grandes bancas como la de los Welser o Fugger, muy poderosas en la primera mitad del siglo XVI, su historia tiene abundantes sombras. Es cierto que financiaron el desarrollo de la industria o la construcción de viviendas, pero también la compraventa de esclavos, las guerras o cualquier otro fenómeno negativo susceptible de generar negocio. Para el ciudadano medio de hoy en día es simplemente quien gestionan la hipoteca de su piso. Por ello no resulta de extrañar que no gocen de las simpatías del público. Pero, por otra parte, tampoco se ha inventado nada efectivo que permita prescindir de ellos.

El Banco de Santander fue fundado en el año 1857 y es hoy la primera entidad financiera de España. No obstante, y conforme a criterios estadísticos -atendiendo a lo que sucede con la gran mayoría de las empresas antiguas-, este banco tendría menos futuro que pasado. Es decir, resulta difícil que viva otro siglo y medio.

Pero no me refiero en el título a eso, sino a un peligro mayor y que a todos nos afecta: el cambio climático. A la vista de los datos, ahora no se niega que exista. Pero, para nuestra sorpresa, es mucho más rápido de lo que temíamos hace tan solo una década.

Con ser el más grave de los problemas planteados, además del cambio climático hay otros factores que contribuyen al proceso de deterioro ecológico. Desde la desaparición de especies animales, hasta el vertido de plásticos en los mares y su entrada en la cadena alimentaria humana. El futuro de la humanidad está en peligro.

Pero no se trata tan solo de las transformaciones negativas que afectan estrictamente a la naturaleza. Como sabemos, en situaciones de tensión se incrementa el riesgo de conflictos bélicos.

Por desgracia, el colapso del mundo derivado de motivos ecológicos es posible. Con ello, el capitalismo se extinguiría (y, además de ello, claro está, la humanidad en su conjunto). A la sociedad, en principio, le resulta indiferente el futuro de una concreta empresa. Pero es preciso que no desaparezca por esta causa.

Desde hace mucho tiempo, gran parte de los integrantes de la élite han descuidado el bien común. Se ha contemplado la acción político, en gran medida, como un mero acto de administración necesario para el bienestar particular de cada cual. Pero cuando se prima el interés económico sin cortapisas, las empresas simplemente actúan como agentes aceleradores del proceso de deterioro ecológico.

En un mundo tan interdependiente, si se descuidan los asuntos públicos, que afectan a todos, en última instancia eso repercute también en el interés privado (al menos en el de los descendientes de cada cual).

El desafío que se le plantea a la humanidad es inmenso. Pero todos debemos hacer lo que está a nuestro alcance, efectuar nuestra pequeña aportación en ese concreto ámbito en el que actuamos.

Es deseable que la implicación efectiva de las empresas se incremente rápidamente. Que realicen acciones susceptibles de ser contrastadas y que resulten conocidas por el público. Éste, en función de esos datos, puede también orientar su consumo.

Incluso las entidades bancarias pueden hacer algo. Algunas de ellas señalan ya en su publicidad que reducen la huella de carbono o que realizan otro tipo de actividades.

Es de suponer que en el Banco de Santander SA se habrán planteado también la cuestión.

El autor es doctor en Filosofía