Ya se sabe que la única manera de meter a 200.000 navarros en un 600 es diciéndoles que no caben, así que no extraña que a 40 días del 6 de julio ya haya cientos de reservas para almorzar y comer en Pamplona, aunque no vaya a haber San Fermín. No seré yo quien niegue a nadie el derecho sentimental, físico y en la práctica a perpetuar sus cosas y sus emociones sean de la clase que sean, pero visto ahora, a 29 de mayo, parece cuando menos y ya me perdonarán estúpido, habida cuenta de que lo que se celebra ese día es el inicio de algo que no se va a iniciar y si no se va a iniciar es porque andamos en mitad de una pandemia. Pero, oye, cada uno con la suya y a vivir. Claro, quizá dentro de un mes o antes veamos todo eso y las fiestas patronales de todo tamaño y condición que se celebran en Navarra desde ya hasta octubre, que no solo son cobijo de fiesteros y jatorras, sino que generan enormes volúmenes de dinero y trabajo, he ahí la cuestión también con más sosiego, si los indicadores de la epidemia siguen como parecen ir bastante bien o muy bien. Es una situación compleja, quizás de las más complejas a afrontar por las autoridades estas semanas: ¿se sigue cancelando todo, incluso pueblos pequeños, o se van abriendo leves ventanas o concediendo algún día suelto, etc? Ni idea, creo que todo tendrá que ser bajo estrictos parámetros sanitarios, porque el problema no es la fiesta, ni que se junten 100 en una campa, el asunto es que de 100 hay 99 cocidos como osobucos, porque no hay que engañar a nadie si asumimos que a la gente lo que le gusta no es la fiesta, es el pimple extremo. Y el pimple en masa en mitad de una pandemia Pero qué sé yo. Ya digo: indicadores sanitarios y si estos lo permiten que tengan sus fiestas o parte o al menos un momento quien pueda, por qué no. Si no se puede, quizás lo mejor es un poco de aguantar hasta 2021. Pero parece mucho pedir.