e han echado el fresco y el otoño encima y toca guardar sandalias y rescatar chaquetas y gabardinas. Casi a la vez, se ha publicado un libro, Armario sostenible, y su autora, Laura Opazo, declara que el alto y sostenido consumo de moda low cost mantiene la fantasía de la persistencia de la clase media. Sugestiva tesis en la que habrá que profundizar.

Todo el mundo hace guiños a la clase media, el nuevo El Dorado, y las marcas populares encienden los focos que los vuelven inevitables. La misma camisa que lleva una exhausta buscadora de empleo puede pasearla la reina y los medios se encargarán de difundirlo. Lo de la reina. En la distancia, ambas habrán activado al elegirla algo concomitante o relacionado si no directamente con la felicidad, sí con la consecución de objetivos previos en su viaje real o su retorno simbólico hacia la clase media. ¿No huelen el convencimiento de que esa ropa que replicamos nos identifica? ¿Pero con quién? No somos tan diferentes, se sugiere, porque compramos lo mismo. Contaminamos igual, diría la Opazo, que aboga por restringir la cantidad de prendas que compramos y usamos o, lo que es peor, no usamos.

Todo mezclado. A la sombra del mandato ecologista de reutilizar y con el acicate de recuperar algo del dinerillo gastado en una tarde inane, proliferan las empresas de venta on line, de cuyo carácter de punta de lanza en la necesaria desmaterialización de nuestra economía parece sensato sospechar. Sin olvidar que las marcas que aseguran que pagan decentemente a sus plantillas y utilizan los materiales y procesos menos nocivos para el planeta son más caras y, por lo tanto, menos accesibles a la mayoría. Es que está todo muy bien pensado. Hay que quitarse el sombrero. O la camisa, como el hombre feliz.