a política se rige por ese intento de influir a través de la tradicional conciencia de las personas, colectiva e individual, hoy considerada por algunos autores como intersubjetividad, en decisiones que afectan al conjunto de las mismas. Su procedimiento no puede estar basado en otra singularidad que la de una identidad particularmente conativa de interrelación, siendo ésta la manera en que intenta codirigir la conducta del oyente. Juega con esa parte tan poco mensurable como son los ideales, los deseos y aspiraciones, en el mejor de los casos orientadas a perfeccionar las condiciones del conjunto, mejorando a su vez las propias. Y para ello, curiosamente utiliza el instrumento de mensurabilidad en que consiste toda estadística como identificador de cualquier conato que pueda inducir al malestar de agentes causantes de previsibles alteraciones del orden establecido que tantos recursos moviliza en torno a su mantenimiento. Una mensurabilidad, en definitiva, de lo inconmensurable cuyo objetivo último pasa por el sustento del jerárquico e inamovible statu quo mediante técnicas de control.

El filósofo Daniel Dennett habla de cáncer conativo, que es asimismo denominado como cognitivo; de aquel exceso de la racionalidad ante el que mostramos una incapacidad de olvido. Me resulta esto último, cuando menos, una curiosa reflexión, más aun si cabe al sentenciar el que como consecuencia de ello, lo verdaderamente cierto es el que, "Quizá fuimos diseñados para olvidar ciertas verdades o para inventar obviamente falsedades confortables, protegiéndonos de la irritante verdad con una perlada pátina de persuasivos mitos". El del progreso, por ejemplo, como una de esas mentiras poderosas, puede ser uno de ellos. Aduce el autor de esta controversia formar parte del debate en torno al determinismo versus albedrío, que da como resultado el ser-en-sí de la libertad de elegir, o bien una constitución como mera apariencia de serlo dirigida desde algún lejano centro de control. En ello -es mi opinión- consiste su ensayo La libertad en acción, introduciendo, de paso, la problemática respecto al primero del argumento historicista. Al respecto, no le habrá de temblar el pulso cuando afirma, "...el pasado no nos controla, así como la NASA no controla las naves que vagan por el espacio, fuera de su alcance". Y a favor del libre albedrío, aunque si bien siendo convenientemente acotado, dictamine el que: "No estamos controlados por nuestros ancestros ni por nuestro pasado evolutivo, sino que, por el contrario, la herencia ha tendido a constituirnos como seres que se controlan a sí mismos (afortunadamente)".

En este sentido, y para facilitar dicha acción, la política cuenta con un instrumento principal de trabajo: el de la persuasión, pudiendo ser aplicado a través tanto del autoconvencimiento como, si se requiere, de la coacción. Persuadir, en primera instancia, de la imprescindible necesidad sobre el necesario control de los y lo demás, del otro así como del objeto u objetos que le rodean, requiere de dotes superlativas, como aquellas que hacen de la mentira una apariencia de verdad.

La mentira, si se quiere, incluso la calificada de piadosa, forma parte indiferenciable de esa verdad en que se funda la actividad política. E intentar dilucidar qué parte del discurso es la que interesa mantener y cuál soslayar inicia la causa dialéctica de todo debate. Ahora bien, un sistema dominado exclusivamente por la racionalidad, dominada por especialistas de cada cosa, habrá de ser considerado por el filósofo materialista, corre el riesgo absolutista de contar con la capacidad de destruirnos, "pues una vez que hayamos contemplado la verdad, ya no podremos seguir engañándonos".

En los tiempos actuales esta verdad emana del complejo ideológico creado a partir de los logros de la ciencia en su aplicación tecnológica, facilitado por las condiciones de la política y la economía, que hace nos tengamos por emperadores de nuestro medio a través de lo que Sloterdijk, inspirándose en Skinner, critica como la emanada luz de una caja negra previamente ilustrada frente a la blanca de anteriores visiones más providencionalistas: "Se puede sospechar que, en la actual revolución técnica, cada vez más personas sienten el deseo de convertirse ellas mismas en cajas negras inmortales; las religiones de caja blanca se desvanecen poco a poco porque tiene por condición un hombre demasiado invulnerable, demasiado pasivo, ontológicamente masoquista. Mientras, poco a poco parece darse en la caja blanca una primacía de la percepción sobre la acción -esto es la normalidad fenomenológica-, en la caja negra adquiere absoluta primacía la propia operación sobre la relación con el mundo en torno; esta es la situación estándar de la tecnología o la función sistémica".

Buena prueba de ello la tenemos en las dos actitudes dadas frente a la crisis pandémica, bien sea mediante el aislacionismo poblacional o de su controlada contaminación a través de una, si todo sale de acuerdo a otro tipo de previsión en la que juegan grandes intereses económicos, una inminente vacunación masiva. De hecho, no son acciones en absoluto incompatibles, aunque en el ínterin temporal entre acontecimientos, la previsión de la primera haya prevalecido frente a la determinación de la segunda. Imprescindible gestión del tiempo contemplada como requisito necesario, puesto que, filogenéticamente hablando, en Dennett, "Al tiempo que la criatura comienza a tener intereses, el mundo y sus acontecimientos comienzan a crear razones que los justifican".

La razón que esgrime en todo caso y lugar la política para el convencimiento de gobernantes y gobernados es aquella nada banal del drama por una supervivencia cuestionada. Este ya de por sí, en el sentido común de todos, debiera ser argumento suficiente para ser tomado al menos en consideración, pese a las urgentes necesidades de evasión promovidas por una cultura espectacular orientada hacia el ocio, el deporte o el consumo etílico y demás viandas, incluidas las pornográficas, que no eróticas, con que contentar la ansiedad impuesta por un régimen basado en la autoexplotación. Y debido a ello no estaría de más considerar que tan peligrosa puede llegar a ser la conativa causa de la mentira externa como la del autoengaño interior. Nuevamente el regreso de una misteriosa voz.

El autor es escritor