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El sitio de mi recreo

Víctor Goñi

Vértigo ante lo conocido

uince meses de miedos. Con la conciencia más nítida que nunca de que la muerte aguarda a cada esquina y del sufrimiento más posible que probable en forma de ingreso boca abajo en la UCI, un temor intenso a los padecimientos propios y de los allegados. En un segundo nivel de fragilidad ante la covid, la exposición al confinamiento para complicar la existencia cotidiana hasta el extremo y, todavía peor, el riesgo de bajar a los infiernos al pasar del ERTE a la calle. Quince meses asimismo de precauciones, sumidos en esa rutina de higiene, distancia y mascarilla, ahogando los afectos en gel hidroalcohólico y poniendo nuestra vida social en cuarentena incluso cuando el tiempo se torna más preciado justo porque nos va quedando menos o poco. Quince meses de frustración creciente también, en el sentido de que la mentalización para el debido sacrificio colectivo se fue diluyendo por los anuncios oficiales de desescalada revertidos, las restricciones contradictorias y la irresponsabilidad de tantos congéneres irreflexivos e insolidarios. Todo hasta hace diez días, primero por el fin del toque de queda y luego con la apertura de interiores en hostelería. Un cambio de marco mental apreciable en las audiencias menguantes de las informaciones covid, con la salvedad de los avances en la vacunación en vísperas de la inmunidad de rebaño. En el fondo, el ansia verdadera por dejar atrás la pesadilla y enfocar las ganas de vivir en los intereses principales. Sobremanera el disfrute en común con los nuestros y el placer de viajar, este último acreditado en el aumento geométrico de las reservas para el verano en ciernes. El gustoso trance de recuperar emociones y sensaciones, a modo de puesta a punto sentimental, se ve sin embargo tamizado por un cierto vértigo a regresar al escenario anterior, a lo que éramos antes de que el bicho nos cambiara por dentro y por fuera reforzando nuestro instinto de supervivencia. Nos sobreviene así un canguelo preventivo al contacto demasiado físico con esa gente besucona o tendente a pegarse en exceso, al intercambio de bebidas y comestibles con los fluidos que incorporan, y a las aglomeraciones que dejamos atrás. Con todo, prevalece el deleite de visualizarnos con la tranquilidad de antaño en las casas ajenas, en el transporte público, en bares y comercios, en gimnasios y teatros, en playas y piscinas. Qué momento cuando pidamos una ronda para los amigos en las barras concurridas en las que solo nos adentrábamos si no había otro remedio. Bendito remedio.

Nos sobreviene así un canguelo preventivo al contacto demasiado físico con esa gente besucona o que se pega en exceso, al intercambio de fluidos y a las aglomeraciones