uchos jóvenes nacen en los campamentos sin ningún futuro", asume Jali Mohamed, que ha despedido este último año a cuatro familiares por covid en los campamentos debido a la falta de asistencia sanitaria. Al igual que al pueblo palestino, a los saharauis les han quitado sus tierras, su futuro y ahora, también, la ayuda humanitaria. Jalil tiene suerte porque vive y trabaja en Navarra, donde fue acogido por una familia cuando tenía 11 años a través de los programas de paz, pero tiene más de la mitad de su corazón en el desierto donde, asume, la situación es "trágica e insostenible". "Ya no queda otro camino que la libertad". Tiene 25 años y está dispuesto a "morir por mi pueblo". En los campos de refugiados, en pleno desierto, ya han nacido dos generaciones en la desesperanza. Tras 15 años de guerra (1975-1991) el Frente Polisario decidió cambiar las armas por las urnas hasta el año pasado, cuando dio por roto el alto el fuego tras el ataque a Guerguerat por parte de Marruecos, un régimen "capaz de sacrificar a su propio pueblo", aseguraba Jalil, que participó ayer en Berriozar en la Marcha por la Libertad del Pueblo Saharaui. También acudió el pasado martes al aeropuerto de Noáin para despedir a Ghali, presidente de la república saharaui y excombatiente, "un líder que tuvo el coraje de retomar las armas porque nuestra guerra no es contra Marruecos, es contra España, contra Europa, Estados Unidos...". Fue una noche muy larga, casi tres horas de espera, apenas un paréntesis en la agonía de un pueblo que lleva medio siglo esperando la llegada del prometido referéndum. Los jóvenes tienen, más que nunca, la última palabra.