La nueva normativa de tarifas eléctricas ha introducido el factor de tres periodos energéticos. ¿Por qué se nos ha implantado, a nivel “doméstico”, ese sistema, cuando, anteriormente, solo se aplicaba al sector industrial y de servicios con necesidades de potencias elevadas? En base a que la “electricidad” no se puede acumular en las cantidades necesarias para permitir una regulación más adecuada, según la demanda energética, de modo que los sistemas de producción no se vean sometidos a fluctuaciones de carga que representan inconvenientes de explotación. El modo de conseguirlo es hacer que resulte mucho más caro el consumo en los periodos que, por incremento de actividad, resultan con demandas mucho más altas (periodos “punta”), frente a períodos de mayor estabilidad (períodos “llano”) y frente a períodos de mínimo consumo (períodos “valle”, coincidentes con las “noches”, sábados, domingos y festivos), en los que se aplica una reducción apreciable de precio sobre el kWh consumido, para intentar que se desplace la demanda y se homogenice en lo posible. Dado que el consumo particular ha crecido de modo muy ostensible en nuestra sociedad, las empresas energéticas entran a valorar ese sector como “a considerar” respecto a la demanda global, por lo que conseguir que varíen sus demandas en el tiempo a donde más les conviene para conseguir una mejor regulación en origen (productoras de la energía) se convierte en su objetivo. Con el beneficio añadido general, de grandes proporciones, que le va a generar todo el consumo inevitable (por razón de uso) que cada consumidor va a tener, sí o sí, en los periodos de mayores precios (observando una factura actual, veremos que el precio “punta” es más de 2,3 veces el precio del “valle”, que es el que viene a asemejarse al que teníamos antes del 1 de julio de 2021. Podemos optar a contratar dos potencias diferentes para periodo económico “valle” y resto. Es decir, hacernos un cálculo de las potencias de nuestros electrodomésticos y elegir las que más nos convengan (sin simultanear una demanda conjunta que pueda superar las potencias elegidas, para evitar cortes de suministro por disparo del controlador de potencia). Datos que podrían aportar directamente las empresas al cliente (sería lo más acertado desde el punto de vista del servicio al cliente y sentido común), pero que no lo van a hacer, pues ingresan, y seguirán ingresando, una cantidad muy estimable de dinero (sin ningún coste por su parte), en base a los millones de clientes que no van a dar el paso de solicitar esas reducciones de potencias, pagando un coste fijo por una potencia contratada por encima de sus necesidades. Beneficio que, además, se incrementa exponencialmente con la introducción de distintos precios para cada potencia (vean la factura y observen que el precio para el período punta-llano -P1- es de más de 6 veces el del valle -P2- que es el que se asemeja al que se venía pagando antes de la nueva normativa). Ganancias netas para las energéticas, a coste nulo para ellas, en detrimento del cliente consumidor. Algo que, para mí, es “de juzgado de guardia”.Para reducir costes, no nos queda otra que acoplar nuestro modo de vida a los periodos más económicos (cuestión muy complicada), o reducir ostensiblemente nuestro consumo, bien por inversión (electrodomésticos e iluminación de alta eficiencia -lógicamente más caros y que, también lógicamente, no vamos a cambiar hasta que sea necesario- o por usos adecuados (factor que sí depende de nosotros, cambiando costumbres -los comercios no van a poder- o evitando consumos innecesarios). En definitiva, a pagar bastante más por todos los conceptos. No esperemos intervenciones del Estado, salvo anular la actual reducción del IVA. Al tiempo.

El autor es Ingeniero Técnico Industrial