La burocracia es envidiosa. Solo así puede explicarse el denodado interés de todas administraciones públicas españolas en querer saber de qué vivimos, con quién vivimos, a quién amamos, a quién votamos... Los últimos cinco años han sido un no parar de encuestas de institutos públicos de opinión, de estudios económicos, de estadística; de ofrecimientos no solicitados de ayudas públicas a la tercera edad, de rastreos de itinerarios de ocio nocturno, de justificación de actividades económicas, de justificación de las relaciones familiares que explican el uso de los bienes raíces... y eso sin mencionar el seguimiento de nuestros gustos a través de las redes sociales, auténtico supermercado de la privacidad en el que se pueden comprar los datos de cualquiera para los intereses menos confesables. Precisamente en los intereses es donde radica la anormalidad de este afán inquisitivo; del mismo modo que el envidioso nos vigila fingiendo amistad, toda esta información se recaba en nombre de intereses públicos, desde la represión del blanqueo de capitales hasta el derecho a la vivienda. Es, probablemente, la mayor amenaza a la privacidad e incluso a la intimidad de los ciudadanos desde la desaparición de los regímenes totalitarios del Europa oriental. La historia antigua nos enseña cómo termina todo esto; termina en abusos. Se cuenta que Craso era el hombre más rico de la República romana en decadencia, régimen de explotación oligárquica contra el que se alzaron los esclavos encabezados por Espartaco. Craso amasó su fortuna gracias a la polarización política, “expropiando” los bienes raíces de los adversarios políticos que abandonaban la ciudad para salvar su vida. Este precursor de las expropiaciones políticas vivía a cuerpo de rey de los alquileres de estos inmuebles, como su contemporáneo y arquetipo de patricio opulento Cicerón; pero la riqueza no era suficiente, y se adueñó del servicio de bomberos de la ciudad, de tal suerte que sus enemigos políticos o personales podían “darse por quemados” si el fuego alcanzaba a sus edificios, puesto que nadie acudiría a sofocarlo. Este ejemplo de los abusos predatorios de lo público sobre los particulares debe armarles moralmente para decir que no a cualquier intervención de la administración que implique que un burócrata husmee en su casa, en su negocio o en su familia; porque la negativa y la distancia son las únicas armas que tenemos frente a la envidia traidora, en especial. la envidia de la burocracia.