ada año, San Francisco Javier y San Saturnino traen dos días de pertenencia propia para la comunidad de Navarra. Celebramos estas festividades inmersos en un sosiego cargado de historia y vivencias, con la disposición de conservar la herencia recibida, dejando fuera los diversos problemas sociales. Las absorciones de nuestro pasado nos traen esencias de una idiosincrasia que nos sumerge en la sensación de legado y tradición de una tierra que amamos, en cuyos rincones, sombras y luces, vamos dejando jirones de nuestra historia individual y colectiva. El ciudadano pasea y mira, porque hay un repentino milagro en el mirar, mientras el sonido de las campanas invade serenamente el día festivo. Esta hermosa Navarra, tan enriquecida por las tradiciones de nuestros antepasados, donde la naturaleza nos brinda una enorme riqueza de contrastes y colores, conserva la poesía y la sabiduría popular del sudor, las herramientas y las manos.

La admirable vida de San Francisco Javier, así como la de San Saturnino, muerto en cruel martirio, nos lleva a la reflexión y constatación de la actual permanencia, en gran parte del mundo, de otros modos de crueldad y violencia, generándose una llamativa divergencia entre ciencia y humanidad. En la India, durante las últimas décadas, son incontables las niñas que, como flores malsanas, han sido vendidas, abandonadas, hechas desaparecer o entregadas en matrimonio en plena infancia, de la que son despojadas con total violación de sus derechos.

En el Mediterráneo, esa última frontera, cientos de seres humanos pierden la vida huyendo de la miseria. Las tristes coordenadas de la involución humana se siguen localizando en gobiernos totalitarios, atentados terroristas, violaciones de derechos y fanatismos radicales, que derivan en regímenes opresores donde la libertad es, tan solo, una esperanza.

La metáfora de William Shakespeare "algo huele a podrido en el estado de Dinamarca", sigue siendo el señalador de la página de la historia en la que se encuentran enfangados muchos gobiernos.

En los países democráticos, también hay suburbios donde la ciudad pierde su lozanía y enseña el envés de la moneda, con calles sin voces, llenas de literatura, dolor y miseria, donde la retórica de la política no libra a sus habitantes de la desesperanza. Almas madrugadoras que temen el amanecer, carentes de lirismo patrio y de fe en las instituciones. En muchos barrios la pobreza se hace multicolor, mientras los fogonazos publicitarios del consumismo penetran en la sociedad, distorsionando el sentido de la felicidad. Se extiende un nuevo paganismo tecnológico de poca categoría.

Soñar, vivir, tener fantasías, requiere el nutriente esencial de la cultura, cuyos canales siguen teniendo un cierto tufo convencional y clasista, mirando al pobre con vergonzosa distancia. Hay un cierto sometimiento de la cultura a la política, menoscabando los valores que contienen su pureza. Las inspiraciones anacrónicas de la izquierda intentan el monopolio de la democracia, mientras la derecha se presenta con su traje blanco de novia virginal que no logra, pese a todo, purificar su pasado.

La nueva oración del progresismo nos ofrece, en el marco de una política metafísica con politiqueo, un futuro luminoso y triunfante, sin que en ella se mencionen las colas del hambre o la exclusión social. La evolución de la sociedad precisa la implicación solidaria en miríadas, como las que convoca la catarsis futbolística. Debemos ser una rebelión contra la impostura.

Decía Eugenio d'Ors que "quien tiene la llama debe arder". No se puede "ser sublime sin interrupción", como proponía Baudelaire, pero es sublime intentarlo.

La ciudad de Pamplona, que en el pasado puso murallas al campo para serenar la noche, sigue renovando, cada año, su promesa otoñal de estas convocatorias festivas.

Al caer el día se encienden las luces de la Navidad alegrando nuestras calles, y nos cuestionamos si tanto anuncio de amor, a veces carente de caridad y justicia, no es amor perdido en una sociedad desorientada.