ste diario informaba el pasado 1 de diciembre que “el Parlamento de Navarra iniciaba el debate de enmiendas a la Ley de Cambio Climático con 282 propuestas de modificación a una norma en la que de momento las posturas están distantes”. También se venía a decir que “el objetivo del Gobierno es aprobar la ley el próximo 23 de diciembre para que pueda entrar en vigor con el nuevo año, aunque podría retrasarse si, en las conversaciones que los distintos partidos están manteniendo estos días, se observa margen de acuerdo”.

Sin duda, y lo he manifestado públicamente en este diario, que una Ley de Cambio Climático y Transición Energética en Navarra es absolutamente necesaria. En primer lugar, conseguir que Navarra reduzca tanto las emisiones de gases de efecto invernadero como la vulnerabilidad a los impactos del cambio climático, es favorecer la transición hacia un modelo neutro en emisiones de gases de efecto invernadero. En segundo lugar, para dar soporte jurídico a los planes que se vayan elaborando, y, en tercer lugar, porque puede sentar las bases si se hace bien hacia una economía descarbonizada y adaptada a los efectos climáticos. Ahora bien, no se trata de elaborar y aprobar cualquier ley, sino una que corresponda a la situación de emergencia climática en la que estamos inmersos.

En este sentido, hay que decir bien claramente que estamos en una situación bastante grave y parece que no somos conscientes de ella. A nivel planetario, el VI Informe del Panel Intergubernamental de científicos sobre el cambio climático de Naciones Unidas (IPCC), filtrado públicamente a primeros de agosto, viene a afirmar que “hay poco margen para actuar y las emisiones actuales son incompatibles con el Acuerdo de París, por lo que es absolutamente obligado reducirlas de una forma inmediata y contundente”. También se señala que “la preservación medioambiental no es compatible con el crecimiento económico”. Esto es literalmente un escenario de adaptación al decrecimiento, aunque parece que se trata de una palabra maldita de la que no se quiere hablar por la mayor parte de los poderes públicos y económicos. En Navarra las cosas van mal. Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando, y responde a que el modelo socioeconómico es auténticamente desarrollista. Las emisiones totales de gases de efecto invernadero en el período 2018-1990 han aumentado un 14,09%, mientras que en la Unión Europea en el mismo período han disminuido un 23%. El sector transporte es el que más ha crecido entre 1990 y 2018 (50%).

En cuanto a los impactos del cambio climático y a las proyecciones climáticas, los diversos estudios realizados por el Gobierno de Navarra u otros organismos indican un aumento generalizado de las temperaturas para finales del presente siglo si no se hacen esfuerzos serios y decididos. En concreto, se observa un incremento de hasta 5° C en la temperatura máxima y 4° C en la temperatura mínima en el peor de los escenarios. En cuanto a la evolución en la precipitación, ésta muestra una tendencia negativa, que podría llegar hasta un 20%, con las consecuencias que lleva consigo en los cultivos, ganadería, usos urbanos, etc.

Los impactos en el medio natural afectarán seriamente a los recursos hídricos edáficos, biodiversidad y forestal. Así, por ejemplo, el incremento de temperatura podría afectar a la calidad del recurso edáfico, específicamente causando una reducción en el contenido de carbono orgánico de los suelos, afectando a la producción agrícola y la biodiversidad de la zona. Considerando las variaciones de precipitación y temperatura para el periodo 2071-2100, se puede prever que la zona sur de Navarra sea la más afectada en este sentido, como consecuencia del riesgo de incremento de la aridez, de ahí la importancia de las prácticas de protección de suelos. En el medio rural la vulnerabilidad del sector agrícola se puede considerar elevada, donde el 38% de la superficie corresponde al sector agrícola.

La ganadería soportará efectos variados. Por ejemplo, la variación de la temperatura y precipitaciones puede afectar a los aspectos relacionados con la productividad animal y vegetal, tales como la reproducción, el metabolismo o la sanidad de los procesos productivos.

Respecto a los núcleos urbanos, el incremento previsto en las olas de calor, así como en general en las temperaturas máximas y mínimas, agravarían el efecto de isla de calor, que ya se está produciendo. Por otro lado, pero relacionado, las temperaturas extremas y las sequías pueden tener consecuencias para la salud de la población, principalmente en aquellos municipios que no cuentan con zonas verdes y edificaciones aclimatadas a las nuevas condiciones climáticas.

En relación con los principales efectos del cambio climático sobre la salud, éstos están relacionados con el incremento previsto en las olas de calor, los cambios de la distribución de enfermedades sensibles al clima, así como los cambios en las condiciones socio-ambientales. En los núcleos urbanos, como Pamplona, Tudela o Estella-Lizarra, el cambio climático puede agravar los efectos causados por la contaminación atmosférica, pudiendo incrementarse el número de personas afectadas por patologías cardiorrespiratorias, asmáticas, alérgicas e, inclusive, mayor incidencia de cánceres. Vistas así las cosas, el proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética debería ser mucho más ambicioso y estar a la altura de la crisis climática que afronta Navarra. Pretender sustituir unas fuentes de energías fósiles simplemente por otras renovables, sin abordar una reducción drástica del consumo energético, va a suponer una oportunidad perdida. Estaremos de acuerdo en el abandono de los combustibles fósiles y en la necesidad de una transición energética, pero el problema es cómo. En nuestra comunidad es necesario que las infraestructuras de energías renovables vayan en línea con ajustar las necesidades, consumir lo imprescindible y gestionar el consumo y la energía que se requiere desde lo cercano.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente