A propuesta de la dirección de Sortu a su militancia de incorporar al que fuera último jefe político de ETA, David Pla, como responsable estratégico del partido tiene varias lecturas y ninguna de ellas favorece la debida aceleración de la formación en su camino de desmarque de un tiempo en el que sus anteriores organizaciones políticas hermanas fueron laxas, cuando no conniventes, con la violencia y el terror como apuesta política. El cordón umbilical con ese pasado todavía reciente se refuerza con la presencia de Pla en la dirección de la formación que marca, sin ambages y con la aquiescencia del resto de fuerzas, la estrategia y posicionamiento de la coalición EH Bildu, a la que arrastra en esa misma deriva. Adicionalmente, la pretensión de reducir medio siglo de errores políticos y sangrienta apuesta armada a la imagen de una autodisolución de ETA en la que poco menos que sus últimos dirigentes fueran activos de la paz, sería un fraude al pueblo vasco. En ese sentido, no cabe el borrón y cuenta nueva precisamente porque Sortu y Pla siguen resistiéndose a la necesaria deslegitimación de la violencia como activo político. Los pasos inherentes a sus estatutos fundacionales, los posicionamientos públicos, muy medidos pero evidentes en los primeros años de su regularización, están dando paso a una formulación mucho más orientada a reagrupar sectores disidentes más radicales que a culminar la homologación democrática con la condena explícita de ETA como organización terrorista. Indicios de esta involución están en la retina muy presentes en los últimos meses, cuando Arnaldo Otegi se sintió en la necesidad de justificar internamente el reconocimiento del dolor de las víctimas y el apoyo al PSOE en Madrid convirtiendo a los presos de la banda en prioridad superior a los propia ética democrática. O en los últimos días, con los apoyos explícitos a Troitiño y Antza, como si fueran exclusivamente símbolos neutros, víctimas de una innecesaria persecución judicial, y aparcando su participación activa en la acción criminal de ETA. Ahora, entregar a Pla la dirección estratégica de Sortu es entregarle el volante de EH Bildu, como si su actividad política histórica no estuviera inexcusablemente marcada por su militancia en la organización terrorista. Un modelo de blanqueamiento del que se favoreció en su día Arnaldo Otegi y que no cabe reproducir porque se aleja y reniega de la mínima ética democrática.