A estas alturas de pandemia, una elevada parte de información audiovisual sobre el coronavirus llega medio vacía de significación porque su mensaje es esperable y redundante para el receptor. Como muestra servirían los informes acerca de las pruebas de antígenos o sobre el suministro de PCR que aparecen tamizados por intereses comerciales espurios o por marcas investigadoras que contraen las facciones del oyente y le llenan de sospechas. Lo mismo sucede cuando se escucha a un microbiólogo español del hospital neoyorkino Monte Sinaí anunciar la definitiva caída del virus y, acto seguido, otro experto en salud pública de la OMS asegura que, aunque las nuevas medidas para prevenir, diagnosticar y reducir el nivel de infección son más veraces que en fases anteriores, habrá nuevas variantes; con lo que se vuelve a alterar el semblante del espectador, que no hace sino desear librarse de esa siniestra y ominosa peste. De hecho, está claro que todo empezó a cambiar en vísperas del confinamiento inicial y, desde entonces, nada es como antes, debido a un número de causas que confluyen en situaciones contrarias como la expectación puesta en las palabras del científico español o la inquietud ante lo expresado por el representante de la Organización Mundial de la Salud. Con todo, se puede decir que, tanto contagiados como sanos, sentimos la gran necesidad de un merecido descanso definitivo que bien pudiera finalizar con la última letra “Omega” del alfabeto griego, la cual constituiría el éxito de todos los esfuerzos contra este “virulento depredador”, que nos dejaría expuestos solamente a las conocidas enfermedades clásicas, por muy difíciles de tratar y de curar que estas sean todavía...