AS elecciones celebradas el domingo en Castilla y León habían generado una inusitada y desorbitada expectación, en especial debido al indisimulado intento del PP de convertirlas -como ya hizo en Madrid- en una especie de primarias o ensayo a escala de unos comicios generales. Este escenario hizo que la polarización política llegase a extremos siempre peligrosos que han traspasado los límites de la comunidad autónoma. Los resultados de las urnas, con todo, son un fiel reflejo de esa polarización pero, sobre todo, proyectan el fracaso en las estrategias, diseñadas o sobrevenidas, de los grandes partidos del Estado. El PP adelantó las elecciones castellanoleonesas con tres grandes objetivos: desinflar definitivamente a Ciudadanos, que era su socio de gabinete; buscar la mayoría absoluta; y, con ello, presentar a Pablo Casado como la única alternativa al Gobierno de Sánchez, eje de todos los males. Su pírrica victoria -es el partido más votado, pero cosecha su peor resultado histórico en la región y pierde 55.000 votos-, sin embargo, retrata su equivocada estrategia, por cuanto ha quedado lejos de poder gobernar en solitario, ha catapultado a la ultraderecha pese a haber comprado tanto su discurso como sus propuestas, y le ha dado la llave y mayor proyección política. Ahora, los populares se verán obligados a pactar con Vox e incluso a incluirle en el Gobierno, con lo que ello supone de degradación democrática y de nefasto precedente y modelo para aspirar a La Moncloa. No ha sabido capitalizar la debacle de Ciudadanos ni de aglutinar, como antaño, el voto en una franja amplia desde la derecha al centro. Con su error de cálculo, Casado ha podido firmar su sentencia de incapacidad como aspirante a presidente del Gobierno español. Por su parte, la situación en la que queda el PSOE no es, ni mucho menos, mejor. No ha logrado rentabilizar ni el debilitamiento de Podemos ni sus últimas medidas económicas estrella como gobierno. Su estrategia de arrogarse el voto útil para frenar a la derecha -eje también de su discurso en el Estado para presentarse como la única alternativa válida y razonable- no solo no ha movilizado al electorado, sino que ha perdido muchos más sufragios que el PP. Este resultado es también un fracaso del PSOE y de Sánchez, que debería aprender la lección y actuar y comprometerse de manera más firme con los socios que le dan la necesaria estabilidad.