sta frase, entresacada de la entrevista realizada a una médica que trata habitualmente a presas y presos vascos, es la que permanece retumbando en los oídos tras el visionado de la magnífica película Tipularen sehaska kanta dirigida por Lander Garro y que ha sido recientemente estrenada. Antes de que algún jurista corra a poner los puntos sobre las íes, quizá convenga matizar que no pretendemos aquí cuestionar la esencia del derecho que asiste a un Estado a sancionar conductas que atenten contra el ordenamiento jurídico. Pero sí que procede subrayar que en todo caso las leyes y el derecho deben estar al servicio de la vida y al servicio de la gente, no al revés. Y que lo que sí es una obligación imponderable de un Estado que se precie de democrático es garantizar la vida y los derechos inherentes a la vida de las personas que tiene bajo su custodia; muy especialmente el derecho a la salud.

Causa pavor el comprobar la vigencia que mantienen las palabras y el recuerdo del poeta Miguel Hernández, tan acertadamente recuperado para esta película cuando este mismo mes de marzo se van a cumplir ochenta años de su muerte en prisión a causa de una enfermedad mal tratada. Indescriptible la emoción que suscita la escucha de versos de sus Nanas de la cebolla; evocación sangrante del quebranto que provoca la cárcel en la vida, y por lo tanto en la salud de las personas. No son estos los únicos versos que escribió el gran poeta alicantino sobre la prisión. En su desgarrador poema Las cárceles cuenta Miguel: "Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo/ van por la tenebrosa vía de los juzgados;/ buscan a un hombre, buscan a un pueblo/ lo persiguen, / lo absorben, se lo tragan (...)". Ochenta años después de la muerte de Miguel, las cárceles siguen devorando vidas, ahora con el agravante de que son cárceles con el apellido de democráticas, gestionadas incluso por políticos progresistas que dormirán con libros de poemas de Miguel Hernández en su cabecera.

Bienvenida sea la película de Garro y Sare si es capaz de remover conciencias y abrir nuevos caminos a una reflexión que no puede demorarse más. Es necesario y urgente afrontar un cambio radical en materia de política penitenciaria. Hay que proceder ya al vaciado de las cárceles. Porque son factorías de problemas y no de soluciones. Porque son incompatibles con la vida y la salud. Porque hay alternativas. Si nos atrevemos a hacer estas consideraciones con carácter general, cuánto más en lo relativo a las más de 190 personas presas por motivación políticas que aún faltan de sus casas en Euskal Herria. La salida de todas ellas de prisión será un soplo de vida, salud y convivencia para toda la sociedad. Este cambio en la política penitenciaria sólo vendrá de un impulso social tan grande que sea capaz de determinar las voluntades políticas de quienes tienen la potestad de tomar decisiones. No, no lo podemos dejar en manos de la Justicia. De una Justicia empeñada en seguir poniendo palos en la rueda de la paz y la convivencia. Una Justicia, por cierto, que todavía en 2011 denegó la posibilidad de un recurso extraordinario de revisión de la condena a Miguel Hernández, tal y como lo había solicitado su familia (Sala de lo Militar del Tribunal Supremo Español). Nadie mejor que las palabras del propio Miguel para despedir este artículo: "...Un hombre (léase también mujer) aguarda dentro de un pozo sin remedio, / tenso, conmocionado, con la oreja aplicada./ Porque un pueblo ha gritado ¡Libertad!,/ vuela el cielo./ Y las cárceles vuelan./

El autor es responsable de Sare en Nafarroa