El pasado día 24 se declaró una guerra que quizá resulte más fácil de entender desde la simple lógica del coste/beneficio. Es obvio que este conflicto ni beneficia a los rusos me refiero a la ciudadanía de ese país que madruga a diario para ganarse el jornal ni mucho menos a los ucranianos que, además de una cruenta invasión, sufren un éxodo sin precedentes, con todo lo que esto supone de miles y miles de dramas familiares. Son sin duda estos últimos los principales paganos de un enfrentamiento que amenaza con poner patas arriba el mundo occidental y cuyas consecuencias vamos a pagar en buena parte del planeta.

Todas las guerras conllevan costes que van más allá de las vidas humanas, la destrucción y la pobreza. Y esta no tiene pinta de ser una excepción. Sin cumplirse los diez primeros días de un conflicto que apunta a que irá para largo, el catálogo de lo que podrían denominarse daños colaterales es extenso. Por citar los más visibles, ya hemos comprobado cómo el precio de las energías se ha disparado, lo que se va a traducir en subidas generalizadas del coste de la vida, que a su vez detraerán el consumo y retrasarán la recuperación de la economía, que todavía arrastra secuelas notables ocasionadas por la pandemia. Un palo en toda la línea de flotación de la UE que ya afecta a nuestros bolsillos de forma más que acusada.

Y si en todas las guerras pagan siempre los más débiles, también hay quienes se enriquecen. En esta encabezan el ranking de millonetis las empresas que se lucran con las gasolinas. En tan solo la primera semana de guerra, las acciones de las diez grandes petroleras del mundo han acumulado beneficios por valor de 200.000 millones de dólares. Unas cifras que, por su extensión, cuesta incluso escribirlas. Pero no son los únicos negocios al alza. Ahí están los que trabajan con materias primas como el niquel o el zinc, que gozan de inmejorable posición para forrarse, como los que cultivan trigo, maíz o colza.

Y mientras tanto, cabe preguntarse si no será todo este pastizal lo que realmente importa a Putin por encima del declarado interés de avanzar hacia la reconstrucción de algo que se parezca a la antigua URSS.