Maldigo la maldad de las personas malas que han provocado esta barbarie, me horrorizan los dirigentes que esperan esto sea "breve", me repugnan sus cavilaciones sobre las repercusiones económicas de esta barbaridad (subirán los combustibles... ¿cuándo no lo han hecho?), me duele la escasa eficacia de los esfuerzos de las personas buenas, maldigo la maldad de la naturaleza que manda frío, agua y nieve, me indignan los noticiarios iguales, sin rigor, con sus magnitudes estadísticas indiferentes (qué más da un millón o dos millones de desplazados), me produce escalofríos ver que las represalias por el inicio de este drama sean "no dejarles jugar al balón con nosotros", me repugnan los tanques, los aviones de combate, los uniformes militares, hasta la música militar hiere mis oídos, me cabrea pensar que el castigo a los culpables llegue tarde, no quiero esta humanidad amoral que no aprendió de lo que pasó en Sarajevo, en Beirut, en Damasco, una sociedad que no es capaz de cabrearse viendo las caras de esos niños preguntándonos qué está pasando, tiemblo ante la indignidad, me avergüenzo de mi comodidad, tengo miedo por mis nietos, por los nietos de mis amigos, por todos los nietos, y más por los nietos que ya no tienen abuelos. Y me pregunto, cuando esto nos pase a nosotros, ¿quedará alguien para escribir, al menos, este grito?