onfieso que he tenido la tentación de dejar en blanco este artículo. A modo de imitación de esos mensajes que el emisor borra en WhatsApp al poco de ponerlos en circulación. Me dan ganas de hacer ese experimento algún día. A ver qué pasa. Tampoco inventaría nada; antaño, la hoz de la censura segaba columnas enteras en algunos periódicos que salían al quiosco con ese tajo bien visible y con la piel del papel al descubierto. Ejemplar revisado por la censura, advertían a los lectores en un recuadro para subrayar algo que era evidente. Tampoco sería ningún pionero en dejar sin letras los módulos asignados en la hoja: un veterano cronista tuvo hace ya años el cuajo de hacerlo en un diario deportivo madrileño. Argumentó que el partido que había visto fue tan malo que no tenía nada que contar. La página, semi vacía, parecía la obra de un artista conceptual. Yo, como ven, no me he atrevido con el experimento, aunque me hubiera gustado observar cómo reaccionaban los lectores y qué tipo de valoraciones o de suspicacias pudiera levantar.

Viene esto a cuento, como digo al principio, de esos contenidos de WhatsApp que quedan fulminados casi al instante de su envío. Es lo que me ha ocurrido con un sacerdote que remitió a mi cuenta el enlace a uno de mis artículos y lo acompañó en los siguientes tres minutos con cuatro apuntes que se apresuró a borrar y no llegué a leer. Entiendo, por el perfil del personaje y anteriores actuaciones, que las acotaciones serían críticas, posiblemente groseras y faltonas, como para avergonzarse de lo que decía o no atreverse a sostenerlos porque ahí quedan para siempre. También pudiera ser que no hubiera ningún contenido en origen y lo que pretendía es darme qué pensar. Un reproche mudo. Que la sentencia fuera ese Se eliminó este mensaje (el mío) que sobrevive como único rastro junto a la hora de envío.

No tengo, como en el móvil, una pestaña que elimine lo hasta aquí escrito. Creo que también es un valor de la Prensa frente a la fugacidad de los medios digitales, donde los textos se pueden modificar e incluso borrar. Lo impreso en el papel, guste o no, queda en los archivos para siempre. Aunque arranquen esta hoja.

Me dan ganas de hacer algún día el experimento de dejar el artículo en blanco, a imitación de esos mensajes de WhatsApp que se eliminan a poco de ser enviados