as imágenes que vemos de civiles asesinados en las calles de la localidad ucraniana de Bucha son la visualización del horror y la barbarie. Ucrania denuncia a Rusia por crímenes de guerra y Rusia niega que sea responsable de esos hechos. Que una comisión independiente de la ONU lo investigue. La invasión rusa de Ucrania será igualmente ilegal. Como otras antes. La guerra en sí misma es el crimen. Bucha refleja la misma crueldad humana que todas las guerras. No hay excepciones. Las guerras que se libran ahora en el mundo muestran la infinita capacidad de la violencia inhumana de toda guerra. En cada guerra, los bandos tienen a sus buenos y a sus malos, los nuestros y los suyos. Está también. Y a ello se dedican sin piedad alguna. Las guerras solo implican muerte y cada vez más la muerte de más personas inocentes. Una vez en marcha no hay límites que valgan. El objetivo sigue siendo el mismo que siempre, matar a otros seres humanos. Y los discursos incendian ese objetivo a costa de lo que sea. Para empezar, la brutalización de quienes combaten en primera línea. La brutalización del soldado es una condición indispensable de toda guerra. No vale engañarse. Hace más de 70 años de la firma de los Convenios de Ginebra, cuatro textos originales y tres protocolos adicionales posteriores que son la piedra angular del derecho internacional humanitario, las normas jurídicas que regulan las formas en que se pueden librar las guerras y los conflictos armados y que intentan limitar sus efectos más inhumanos. Así, protegen especialmente a las personas que no participan en las hostilidades (civiles, personal sanitario, miembros de organizaciones humanitarias) y a los que ya no pueden seguir participando en la lucha (heridos, enfermos, náufragos, prisioneros de guerra). Pero a lo largo del siglo XX, el sujeto de la humanización de la guerra ha cambiado: si en el siglo XIX, el 90% de las víctimas de los conflictos armados eran militares y el 10% población civil, tras las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, esos porcentajes se equilibraron al 50%, para llegar, con las guerras de descolonización, los conflictos étnicos, o religiosos o políticos, a que el 90% de las víctimas son civiles, la mayoría mujeres, ancianos y niños y niñas. Las masacres, genocidios, bombardeos indiscriminados de civiles y el éxodo de miles de personas refugiadas han formado y forman parte de cada guerra. Está claro que sería necesario una ampliación de esos compromisos ante los incumplimientos generales. Pero hoy ni siquiera habría consenso para lo acordado décadas atrás. Tampoco ahora se firmaría la Declaración de Derechos Humanos de 1948. Las imágenes de Bucha no son una excepción, sino la norma de toda guerra. El belicismo y el militarismo calan en la sociedad al amparo de un discurso y una información cada vez más encorsetada y controlada para justificar la guerra que toque justificar. Realpolitik le llaman. Un término que sirve hoy de excusa para impulsar un recorte de las libertades y la protección de los derechos humanos bajo el paraguas de la seguridad. El derecho humanitario, como los derechos humanos o la legalidad y los tribunales internacionales, son papel mojado prescindible para quienes deciden las guerras y las invasiones ilegales e inmorales humanamente. A estos les pilla lejos siempre toda guerra.