a política es el arte de lo posible siempre que no se crucen de por medio acontecimientos de calado imprevisibles que empañen los designios marcados por quien ostenta el poder. Sánchez empezó el año ufano tras superar la crisis de la pandemia, con una guerra interna en PP con navajazos inmisericordes entre compañeros de derechas y con unas previsiones económicas que eran la envidia de Europa. Ahora con las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania y la crisis abierta por el espionaje del CNI, La Moncloa es el epicentro de una tormenta política que puede amargar al Gobierno el final de la legislatura. Incluso, ya nada es descartable, forzar un adelantamiento electoral que beneficiaría a unas derechas que vienen embaladas en las encuestas. Los próximos días serán determinantes. Sánchez se verá obligado a entregar cabezas políticas a sus aliados parlamentarios y a sus socios de Gobierno, a quienes se les ha dado un balón de oxígeno con el catalangate. El acercamiento a las citas electorales les dará a estos más munición para desmarcarse del PSOE y fijar posiciones claramente de izquierdas frente al electorado. Tampoco hay que descartar que Sánchez fuerce una crisis de Gobierno con cambios de calado político. Porque lo que se preveía como un final de legislatura plácido lleva camino de convertirse en una agonía. l