ue viene, que viene. Ya se anuncia el pronto retorno del birrey, con be de monarca por partida doble, como si no nos bastara con uno. A ponerse fino Juan Carlos por tierras gallegas según susurran por la Corte casi dos años después. Vengan pues esas ricas viandas y mejores moles haciéndosele la boca agua ante la presencia de señoras de buen ver. Vergüenza ninguna oigan, que si ustedes disfrutan de la democracia es gracias a Juanito y punto en boca. Aunque se hayan publicado profusamente sólidos indicios delictivos atribuibles por la Fiscalía a su regia persona, a la que no se ha podido ni juzgar -no digamos ya condenar- por una mezcla obscena de prescripción y de inviolabilidad. En el primer caso, por un discurrir del tiempo fruto del manto de silencio alrededor del campechano comisionista, protagonista de una edulcorada historia sustentada en la mentira de un matrimonio con Sofía del que se acaban de cumplir 60 años por pura conveniencia. Para mantener el negocio, vaya. E inviolabilidad que todavía rige para el actual jefe del Estado, aunque las fechorías que pudiera cometer Felipe fuesen ajenas al ejercicio de tan alto cargo. Con todo, lo peor del caso reside en que el propio Juan Carlos ha dado buena prueba de su culpabilidad con la concatenación de tres regularizaciones tributarias, que nunca se hubieran permitido a ninguno de los súbditos que le pagan la fiesta. Pecados mortales de orden fiscal que su hijo admitió al enviarle al ostracismo árabe y renunciar a cualquier herencia ligada al patrimonio oculto del emérito, al que no se le autorizará siquiera a pernoctar en Zarzuela para que no manche ni las sábanas. Bien pensado, todavía hay algo peor: la connivencia de la ciudadanía conviviente con el latrocinio monárquico y complaciente con una institución sin refrendo específico. Como si esta votación pendiente fuese una simple cuita ideológica, de acuerdo a la interpretación de la derecha cortesana y esa izquierda acomplejada, y no un imperativo democrático que no prejuzga el resultado en las urnas. Poco después de que unos entusiastas republicanos recogieran en la calle unos miles de papeletas sin efecto legal de otros igual de cándidos, en el masivo televoto de Eurovisión arrasó Chanel. Esa reina del espectáculo que ahora idolatran envueltos en la bandera rojigualda los mismos que jalean con idéntico entusiasmo el regreso del patrón del velero Bibrón, qué bonito todo. No me toques los Borbones. Digo los bemoles.

Ya se anuncia el retorno de Juan Carlos, a ponerse fino de viandas y moles por Galicia, haciéndosele la boca agua con señoras de buen ver; vergüenza ninguna, oigan