Explicaciones, de qué?”, responde el jacarandoso elemento a la periodista antes de echarse una carcajada. Dios mío, qué gracia le ha hecho al hombre su propio chiste. Es que se despatarra. Mientras, un grupo enfervorizado le aplaude e intenta apagar con sus gritos las protestas de unos pocos. Son apenas 20 segundos de grabación, pero constituyen una perfecta síntesis del estado de cosas con respecto al rey emérito en particular y la monarquía española en general. No falta nada. Está la absoluta desfachatez de quien, haga lo que haga, se siente seguro y arropado por la coraza que le blinda la Constitución, los partidos mayoritarios y la Justicia. Está el vasallaje borreguil de muchos, volcados en un ongi etorri servil y baboso a un delincuente nada arrepentido, al que consideran, por ser él quién es, con derecho a actos sancionados por el Código Penal para el resto de los humanos. Y está la minoría crítica a la que se intenta acallar de todas las maneras posibles, sin respaldo político más allá de las boquillas de algunos y algunas. No se me ocurre mejor argumento en favor de la idea de la república que la visión de ese caradura ahíto de marisco y albariño sonriendo a la cámara como si nada, mientras celebra su impunidad con una quedada millonaria con los amigos. Cómo se se descojona el tío de todos aquellos que, de una forma u otra, le vamos a pagar esta farra. Puro esperpento del peor made in Spain, pero dudo que vaya a servir para nada. En otras latitudes las multitudes bloquearían las calles. En este país, sin embargo, se admira a los granujas cuando son de alta cuna, sin contar con que los partidos republicanos están a otras cosas. No sé exactamente a qué, pero a otras cosas. Lo ha dicho él, alto y claro: ¿explicaciones, de qué? Si le queda tiempo, lo volverá(n) a hacer.