enía con los ojos invisibles, como si mirase para dentro de sí, sonriente, con sus rubios cabellos ya algo plateados por la lluvia del tiempo. Nos encontrábamos con cierta frecuencia en reuniones de artistas de alegría bohemia o bien en mi casa, para meditar y hablar sobre todo del mundo espiritual, de Dios, Cristo, el universo místico, pero también en un templo carmelita donde con música y poesía, bajo las estatuas que representan a Teresa de Jesús y a Juan de la Cruz, junto a un sagrario, elevábamos el alma buscando luz y respuesta a nuestras extraviadas exigencias, entre versos, melodías, sonidos de arpa y luego cenas imitando a Caná, donde vivíamos la fiesta de la vida con el vino y abrazos de amistosa conversación.

Bárbara Allende Gil de Biedma, Ouka Leele, era célebre como icono de la Movida madrileña, esa época que, después de tantas juergas, dejó no pocos cadáveres por culpa de las drogas. Fue la ebria época que proyectó a Almodóvar y extravió a muchos. Ouka Leele era una de aquellas pocas personalidades que con sus obras, fotografía, a veces en fusión con la pintura, destacó y quedó como icono. Después de una infancia piadosa entre monjas, se desmadró y la vida erótica, caótica, en un cóctel de drogas de todos los colores, la desorientó y dañó, hasta que el cáncer se agarró a su estómago y la mirada le cambió. Ante la muerte no sirven las consignas mundanas, porque la existencia de ultratumba es lo que entonces más nos importa. Se salvó y durante unos años continuó trabajando, volando con el alma. También vio, con la crisis, cómo los artistas que en tiempos eran muy afortunados iban empobreciéndose y la supervivencia no estaba asegurada. Nada está asegurado. Hay años de vacas gordas y otros de flacas y muy flacas, que acaban con nosotros.

Nos encontrábamos con su antigua compañera y artista, la gran pintora, Covadonga Sarragua, y otra amiga, la escritora, poeta, Juana Vázquez, compartiendo cómo esta sociedad se deshace en lo efímero, lo que perece y nos perece, basándose en el cuerpo, la materia frenética, olvidando lo esencial, nuestra dimensión espiritual, la que nos da sentido y rumbo. Mujer libre, Bárbara llegó al más alto nivel y era contraria a la discriminación que propone el último feminismo: pensaba en personas, desde una libertad más allá de las consignas habituales hoy. No solo fotógrafa, escribió y publicó sus versos y hasta diseñaba alfombras, intentando ayudar a quienes las hacían, en un país de opresiones, o bien con un documental sobre la violencia que contra las mujeres ejercían en el Congo, denunciando esas atrocidades. Quien mira con ojos transcendentes no se queda en el propio abdomen, intenta ayudar a los que le rodean. El Espíritu habita en nosotros y sin los otros no hay yo.