no de los aspectos esenciales del significativo y profundo crecimiento económico experimentado tras la Segunda Guerra Mundial fue el fuerte incremento de la productividad (i.e., 2.8% anual desde 1947 a 1973). En Estados Unidos en particular, el sector privado comenzó a aplicar los avances tecnológicos desarrollados durante la guerra para desarrollar nuevas iniciativas comerciales en tiempos de paz. Por otro lado, el Gobierno americano apostó por invertir en capital humano y el desarrollo de infraestructuras clave, ejemplificada en la llamada GI Bill, la cual amplió la oferta educativa a los sectores de la población más vulnerables y tradicionalmente marginados, a la par que desarrollo el sistema actual de autopistas interestatales que vertebran las comunidades del país hoy en día.

Dicho esto, los avances en productividad no ocurren espontáneamente. Se requieren una serie de circunstancias que los posibiliten y fomenten. La historia nos demuestra que la acción empresarial y la inversión privada son los mejores motores de distribución de capital y desarrollo tanto económico como social de las naciones. Adicionalmente, el sector público tiene la responsabilidad de generar y enforzar los marcos tanto regulatorios como competitivos que faciliten la inversión privada en aquellas áreas consideradas claves para el avance económico y social, tal y como demuestra el rápido desarrollo de las vacunas para el covid-19.

No obstante, existen áreas donde el sector público puede y debe actuar directamente para generar réditos económicos y sociales necesarios allá donde la inversión privada no encuentra los incentivos suficientes. En estos casos, el sector público asegura el desarrollo de infraestructuras clave como carreteras y puentes, provee servicios de salud, seguridad y educación claves, y protege elementos culturales que dinamizan el buen funcionamiento de nuestra sociedad.

Además de invertir en estas áreas tradicionalmente consideradas de interés público, existen nuevas necesidades resultantes del tiempo y el espacio en el que vivimos, como lo son el desarrollo e implantación de la infraestructura digital y las nuevas tecnologías necesarias para competir en la economía post-covid global. Mientras los avances globales en digitalización, automación e inteligencia artificial continúan redefiniendo el status quo competitivo de los principales sectores industriales, nuestra sociedad y tejido empresarial necesitan desarrollar las capacidades y procesos necesarios que aseguren su propia transformación. Gestionar esta transformación de manera efectiva no es simplemente una iniciativa opcional, sino un imperativo estratégico si queremos mantener y mejorar nuestro nivel de vida actual y futuro.

En este contexto, recibimos la noticia de la creación del Instituto Navarro de Inversiones, configurado en base a un modelo de Banco Público de Desarrollo y como un instrumento de transmisión de la política económica del Gobierno de Navarra. El INI responde en su desarrollo a la definición y objetivos establecidos por la Comisión Europea para los NPB (National Promotional Bank) o Bancos de Promoción. En esta línea, sus inversiones se orientarán al desarrollo de sectores estratégicos clave y/o a la subsanación claros fallos de mercado o una insuficiente iniciativa o capacidad de inversión por parte del sector privado.

Es entendible las reticencias y expresiones de asombro y escepticismo que tal iniciativa provoca en la gran mayoría de la población navarra dadas las experiencias traumáticas pasadas con el Plan Moderna, rotundo fracaso reconocido por sus propios fundadores y directores.

No obstante, la configuración de un organismo publico dotado de un marco de gobernanza y responsabilidades claro, integrado por profesionales con experiencia desligados de los aparatos políticos tradicionales, puede actuar como un catalizador del progreso necesario en una región del potencial industrial y emprendedor que posee Navarra.

De esta forma, la reticencia y escepticismo inicial pueden tornarse en un optimismo contenido si se formulan y tratan una serie de preguntas clave que requieren respuesta por parte de los ideólogos e impulsores de este nuevo organismo inversor:

- ¿Cuál es la aspiración y misión del INI y cómo encajan estos con los objetivos estratégicos nacionales y europeos?

- ¿Cuál es el origen del capital y fondos a invertir? ¿Cómo, cuándo y con qué frecuencia se configurarán las partidas presupuestarias? ¿Cómo se atribuirán los beneficios y perdidas resultado de las inversiones?

- ¿Cuál es el horizonte temporal medio esperado de las inversiones realizadas (típicamente en la industria las inversiones de estas características tienen un horizonte de 5-10 años)? ¿Cómo encaja este horizonte con la elección de las áreas de inversión estratégicas seleccionadas por el gobierno, las cuales puedes cambiar cada 4 años?

- ¿Cuál es el organigrama y sistema de gobernanza del INI? ¿Qué competencias, responsabilidades y obligaciones tiene el Comité de Inversiones y el Consejo de Administración?

- ¿Cómo se atraerán los perfiles necesarios que puedan desarrollar las inversiones necesarias de manera efectiva? ¿Cómo se definirá y monitorizará el desempeño del Comité de Inversiones y del Consejo de Administración? ¿Cómo se estructuraran las métricas para monitorear el desempeño económico y social de las inversiones?

- ¿Cuáles son las lecciones aprendidas del fracaso del Plan Moderna? ¿Cómo se han aplicado en la configuración del INI?

- ¿Qué mecanismos tiene la sociedad de Navarra para supervisar y aprobar decisiones criticas relacionadas con este organismo?

Una vez conozcamos la respuesta a estas y otras muchas preguntas que como sociedad responsable e informada debemos realizar, podremos empezar a intuir el potencial que este nuevo organismo inversor puede tener en el desarrollo de Navarra.

Hasta entonces, mantengo mi optimismo contenido.

El autor es responsable de estrategia y operaciones en Google

Existen nuevas necesidades resultantes del tiempo y el espacio en el que vivimos, como lo son el desarrollo e implantación de la infraestructura digital y las nuevas tecnologías

Nuestra sociedad y tejido empresarial necesitan desarrollar las capacidades y procesos necesarios que aseguren su propia transformación