engo delante una vieja foto de Eulalio Tamames junto a la entrada de la mina en Subiza. Puño derecho por encima de la cabeza y la bandera republicana envolviéndole. Sonrisa tímida y mirada de nostalgia. “En los setenta desembarcaron en el partido los intelectuales y ocuparon el puesto de los obreros”, me dijo dando rienda suelta a su decepción. El veterano militante del PCE pasaba revista, con motivo de los 25 años de la legalización del partido, a lo que había sido su actividad sindical y política, desde la clandestinidad del franquismo a las luchas en Potasas, y a tantos nombres junto a los que había combatido. Han pasado veinte años desde aquella foto que era también el retrato de una generación irrepetible.

Eulalio Tamames falleció el pasado lunes. Tenía 85 años y desde hace tiempo observaba la vida alimentado por los rescoldos de una ideología para la que ya no encontraba acomodo en otras siglas. El signo de los tiempos. Una de las últimas veces que nos cruzamos me advirtió: “Tengo cosas que contarte...”. Y puesto a contar cosas, Tamames era eterno. No sé si por su hablar pausado, por la cantidad de recuerdos acumulados o por las dos cosas a la vez, pero un “hola, buenos días” podía terminar en un “adiós, buenas tardes”. Quiero decir que su discurso tenía poco que envidiar en extensión y contenido a los de Fidel Castro. A fin de cuentas, eran camaradas.

Siendo agnóstico aunque de credo marxista, Tamames no era excluyente. En su etapa como concejal en Noáin (principios de los ochenta) escuchó en una comisión de fiestas cómo cuatro críos proponían sacar en procesión a la imagen de San Miguel que llevaba desde tiempo inmemorial anclada al altar y parecía imposible colocarla sobre unas andas. Tamames no solo apoyó a los chavales, sino que de forma discreta participó en aquella primera procesión de la que había sido colaborador necesario. En un momento que nos cruzamos, se acercó y me sopló al oído: ¡“Si me viera el cura de mi pueblo...!”. Pues el cura hubiera entendido, Tamames, que todo sistema político es imperfecto y sus adeptos también, pese a la fidelidad a la doctrina de hombres como tú: “Trabajamos por la unidad de todos los trabajadores”, presumía. Amén.

Eulalio Tamames, militante del PCE fallecido a los 85 años, observaba la vida alimentado por los rescoldos de una ideología para la que ya no encontraba acomodo en otras siglas