o sé lo qué es una criptomoneda. Debería, supongo, darme vergüenza, a mi edad y con mi profesión, no saber lo qué es una criptomoneda, pero no sé lo qué es y posiblemente, si no me obligan con una pistola en la cabeza, no me entere nunca. Quizá dentro de 10 años o menos, si seguimos aquí, desaparezca el dinero como tal y cambien las maneras de pago, pero solo así me vería obligado a enterarme de qué hay que hacer. Me pasa con bastantes cosas más: no me interesan en absoluto, de hecho me provocan incluso repelús, especialmente las relacionadas con la tecnología, lo cual en sí mismo demuestra que estoy ya más pasado que Charlot, pero qué le voy a hacer. Ayer, sin ir más lejos, nos juntamos la cuadrilla y las santas a celebrar que este año hacemos los 50 -y muchos de nosotros siendo amigos desde hace 45- y, sinceramente, esta clase de efemérides me sirven para darme cada vez más cuenta de que día a día mi mundo se va acabando y va dando paso a otro que me da más pereza, que controlo menos y en el que no tengo especial interés. Y, la verdad, no sé si eso es bueno o es malo. Quiero decir, no sé si tengo que revelarme contra mi naturaleza displicente y pasota e interesarme por los nuevos modos de vivir y de hacer las cosas o lo mejor es no forzarme ya y dejarme llevar y que sea lo que Dios quiera y convertirme en mi abuela con 30 años de antelación. No sé, mal no lo llevo, a mi juicio. El asunto es que la ignorancia que demuestro en ese campo cada día noto que se va ampliando al mundo de la música actual, el cine, la televisión, etc, etc, etc y entonces sí que siento que quizá el que esté encriptado en mi mundo personal y en mi tupper sea yo y que eso no sea bueno del todo. Aunque tampoco sé si tiene que ser malo, ni por qué, dicho sea de paso. Seguro que algunos de ustedes se sienten así. Me reconforta saber que es verdad. Yo de hecho volvería a pagar en pesetas.