a recordarán quienes para su desgracia caigan a menudo por este rectángulo que una de mis pasiones nada ocultas es quejarme de lo mucho que llueve y de lo gris que es esta ciudad un carro de meses al año y de lo mucho que añoro vivir en Málaga, en la que nunca he estado, dicho sea de paso. Todo eso es cierto. Pero, creo, no es incompatible con mostrar estos días mi preocupación tanto con las temperaturas que nos anuncian -que son de julio y agosto, no de ahora o de esos días de mayo pasado de tanto calor fuera de las fechas habituales- como, especialmente, por la alarmante falta de agua que estamos viviendo los últimos 40 días. Por ejemplo, en Pamplona, desde el 29 de abril han caído 4,5 litros, una miseria, pero es que en la totalidad del norte de Navarra los registros, siendo algo más superiores, no dejan de ser pírricos, lo cual sí que es un problema en comparación con lo que puede sufrir una ciudad, que tras las lluvias del invierno y el estado de embalses y manantiales tiene asegurada el agua para el verano. El resultado salta a la vista de todos: sequía en la mayor parte de los bosques y campos, zonas verdes y ajardinadas y el temor de que la temporada de incendios pueda ser pésima si esta tendencia continúa de esta manera y no llueve o seguimos con precipitaciones muy bajas tanto en julio como en agosto, algo que en los últimos años así ha sucedido. Ya se comentó que el mes de mayo había sido el mayo más caluroso desde que se tienen registros y lo cierto es que por ahora junio va por el mismo camino, especialmente si leemos que avisan de máximas superiores a 35 grados desde el próximo lunes hasta mínimo el jueves, sin una sola gota de agua en el horizonte. No sé, no tengo ni idea de clima y a qué es achacable, pero lo cierto es que acojonan un poco estos extremos y la sola idea de que las perspectivas futuras puedan ser aún peores.