n el pecho de algunas adolescentes se está produciendo una explosión contenida durante dos años. Mañana será verano. Un tiempo que antes maceraba el cuerpo de los obreros en camiseta y ahora se broncean en las terrazas surtidas de calamares fritos y cervezas artesanas. Mientras, en otras partes de la ciudad, algunos ancianos supervivientes a un virus inclemente, dormitan a la sombra de los olmos en busca de la última redención. En estas noches, cortas como el último suspiro, algunos balcones están abiertos de par en par. Tras ellos se puede oír el fulgor de las pasiones que el invierno había adormecido. Si paseas por los alrededores de esta ciudad, ya preparada para el sacrificio de la desmesura, podrás contemplar las huertas de toda la vida, donde comienzan a crecer tomates de un rojo intenso, como el corazón de algunos asesinos. Se acerca un tiempo de santos y patronas que todo dios celebrará protegido por una moral provisional. Y huele a toro, decimos, para redimirnos de las cenizas del gran cansancio. Este año toca desquite y nos esperan severas contradicciones que resolveremos mintiendo con toda sinceridad. Porque en este tiempo todo se arregla con un gazpacho cuyo sabor estallará en la bóveda del paladar. Me acusarás de frivolidad. Juan Tallón dice que nunca hay que despreciar a los que sostienen que no estamos para verbenas. Quizás sea de esos. Porque una sociedad necesita gente que le eche agua al vino, para rebajar la euforia. Aunque te he reconocer que ningún drama evita que necesitemos fiestas. Pero qué modelo de fiestas y a qué precio. Eso se lo dejo a nuestro alcalde, a ese hombre corriente que cada vez que abre la boca naufraga, aunque él dice que lo hace para mantenerse a flote.

Es verano, un tiempo que dejamos de preguntarnos por los demonios de las cosas. Aunque mucha gente no podrá permitirse la gloriosa lujuria de estos meses.