María Dolores García Ferreras y Antonio de Cospedal han dicho la misma frase: “Yo sólo me entrevisté con Villarejo en tres ocasiones”. Mienten ambos. La que era secretaria general del PP y el que es director de informativos de La Sexta tenían al corrupto comisario de policía como el encofrado de sus respectivas estructuras de poder. La una, creyendo que lo utilizaba para estar enterada de lo que hacían sus compañeros en el PP y mitigar la implosión que podía causar lo que pudiera contar Bárcenas. Miss Feria Albacete estaba convencida de que ganar posiciones de cara a la sucesión de Mariano consistía en ser la más advertida, y seguramente lo pensaba porque en el fondo era consciente de sus propias incapacidades. Por eso metía a Villarejo, una tarde tras otra, por el garaje de Génova, y platicaba con él del inframundo en el que ambos, y el marido de la señora, hozaban. El otro, el telepredicador, se reunía en reservados de restaurantes, pagando la cuenta, y en el propósito de recolectar hedores que le permitieran organizar la escaleta del programa de cada mañana. La Sexta es toda ella una cadena temática dedicada al infoentretenimiento, por la sucesión de programas diseñados exclusivamente para contarnos una versión de las cosas de la vida con afán succionador de meninges. Todo progre, intensito, adanista, como modernete, siempre dopante y apelativo. Esa manera de fruncir el ceño, de oscilar la locución, de interrogar a los invitados según convenga. Ese fascismo del fact check: ellos te dicen lo que es cierto y lo que no. Esa forma de componer las mesas de debate, cuarto y mitad de periodistas a los que soluciona el mes mercar un par de apariciones por las que se van a llevar más de lo que les paga su periódico. Esos personajes perennes en antena, antes Iglesias, Oltra y Díaz, ahora los que convengan a la causa. Más periodismo, dice Ferreras. Más Villarejo, quiere decir. Acreditación de lo cual es el fulminante despido de Arcadi Espada de sus colaboraciones en Onda Cero, cadena de radio del mismo grupo audiovisual. Espada podrá gustar más o menos, pero es innegable su nula atadura a los convencionalismos y su capacidad para recrear la herramienta de la opinión, en un uso científico de la palabra y de la construcción de razonamientos que pocos alcanzan. Como se le ocurrió diseccionar –asépticamente, que duele más– una de las francachelas entre Ferreras y Villarejo, lo han mandado a la calle. Quede claro qué es lo importante, qué es lo que hay que dispensar al oyente y al telespectador. Las promos de Atresmedia (grupo empresarial de LaSexta y Onda Cero) dicen que son la televisión de un gran país. El país en el que impera, aun en libertad condicional, el tal Villarejo.

Es llamativo enterarse ahora de todas estas andanzas. Uno que fue comisario de policía, pero que tenía bula para dedicarse a prestar servicios particulares de información a la mitad de las empresas del Ibex, que se reunía con todo el espectro político, y del que comían de la mano una buena parte de los periodistas de este país. Durante años puso en marcha un ingente negocio con la sola herramienta de la labia que Dios le había dado, empleada en ir a unos contándoles parte de lo que otros le habían confiado, creyendo todos que eran ellos los receptores exclusivos de información. Grababa las conversaciones, y nunca nadie lo advirtió. Las conservó encriptadas, y hoy es el día en el que se divierte dosificando su distribución selectiva. Parece mester de picaresca, pero es mucho más. Tuvo el presunto delincuente entrada en despachos principales, y eso delata una manera ubicua de entender la ejecutoria del poder político, económico y mediático. Ya no hace falta teorizar sobre los fracasos de nuestros modelos de conducción social, o del capitalismo de amiguetes, o sobre la bandería de los medios informativos. Cualquier disertación ensayística ha de dejar paso a la constatación de cómo Villarejo imperaba con autoridad en tantos sitios, cómo varios gobiernos le acunaron interesadamente, cómo se decidían negocios contando con sus zafiedades, o de qué manera el menú informativo cotidiano tenía como origen el almacén contaminado que regentaba. El epifenómeno de todo ello lo tenemos en este aluvión de grabaciones que se están distribuyendo tal que los mosquitos del verano. Como es natural, cada trinchera periodística privilegia las que le interesan. Sirven para que se acredite una vez más que el villarejismo es categoría y no anécdota. La catarsis, que espere.