Es sabido que Navarra es tierra de tradiciones. Lo que en realidad no es nada. Sólo que cualquier tipo de acto, público, privado, incluso individual, acaba inevitablemente convertido en una tradición de obligado cumplimiento. Y Esparza inauguró hace tres años la tradición de comparecer públicamente alrededor del 6 de agosto –día en que María Chivite tomó posesión como presidenta de Navarra en 2019–, para ofrecer al público interesado, tampoco mucho en estas fechas, su versión sobre cómo van las cosas por aquí para los navarros y navarras. Supongo que la elección de la fecha, esa coincidencia con la coronación de Chivite, habría tenido un profundo análisis previo con politólogos y sociólogos de alto rendimiento de cuyas conclusiones Esparza se habría convencido de que era una buena idea. Tampoco es importante realmente. Dudo que alguien más le dé importancia alguna a esa coincidencia. Eso sí, las tradiciones, si se cumplen, deben ser completas. Y Esparza no defraudó. Nada nuevo, como debe ser en las tradiciones que se precien. Repetición monótona de las mismas consignas de los últimos tres años. Siete si añadimos los cuatro anteriores con Uxue Barkos en la presidencia del Gobierno. Navarra en situación de deterioro y retroceso. Todo muy mal. La versión 2022 de la teoría del Apocalipsis que tuvo como visión en 2015 tras perder UPN el Gobierno de Navarra. El discurso catastrofista no acaba de cumplirse, pero renunciar al mismo a estas alturas sería también renunciar a una tradición y eso ya es jodido. Una reiterada llamada al todo mal que no disimula el interés de que ese todo mal se haga algún día realidad por si sirve como único camino posible para recuperar el poder perdido en las urnas. Parece irreal esto, pero es así. Ni lo pueden disimular. Y poco más. El habitual mantra de EH Bildu, un corta y pega del discurso político y mediático de Madrid contra Sánchez y, por esta vez, se guardó el comodín del cadáver de ETA para una mejor ocasión. Otro poco del Canal de Navarra y del tren de alta velocidad, en este caso apostando como Geroa Bai por el enlace con la CAV y Europa por Ezkio en lugar de Vitoria. Una obra que va camino de convertirse en una interminable tradición. A este paso, Esparza, ni yo tampoco, creo que lleguemos a viajar por todo el corredor navarro. Pero de nuevo, y esta parte de la tradición es lo peor para los intereses reales de los navarros y navarras, también para los de sus electores, ni una sola propuesta ni planteamiento mínimamente constructivo en un momento de posible incertidumbre económica, empresarial y laboral, en plena crisis energética, inestabilidad geopolítica internacional y una inflación desatada que en conjunto pueden acabar generando nuevos malos tiempos también en Navarra. Como colofón final dejó en el aire el modelo político con que UPN concurrirá a los comicios forales y municipales de 2019, aunque no pudo ocultar lo problemático de la situación. A la crisis interna abierta en UPN tras la expulsión de sus dos diputados Adanero y Saya, y el fracaso de Navarra Suma –la cartelería que acompaña a Esparza en esta comparecencia cada año es la mejor metáfora de ello, un año con el logo de Navarra Suma, otro con el de UPN, al siguiente de nuevo Navarra Suma...–, se le añade el auge de Féijoo, al menos en las encuestas, que da más margen de maniobra al PP para negociar, con el posible apoyo de la plataforma de Adanero y Sayas, mejores condiciones en una hipotética coalición electoral. Las tradiciones siempre dejan imágenes para el recuerdo.